Qué es el Síndrome del Edificio Enfermo y cómo evitarlo

01/12/2022

Sociedad y Personas Demos Vida

La OMS lo define como un conjunto de enfermedades físicas y mentales ocasionadas por la mala ventilación, la descompensación de temperaturas y las cargas electromagnéticas de los edificios cerrados. Si nuestro entorno tiene un impacto negativo sobre nuestro bienestar, ¿cómo podemos evitarlo?

  • Las víctimas del Síndrome reportan sobre todo dolor de cabeza, problemas respiratorios, ojos irritados, piel seca, cansancio y dificultad para concentrarse.

  • El aire que respiramos en el interior de un edificio puede ser entre tres y cinco veces más tóxico que en el exterior.

  • La misión actual ya no es ceñirse a la normativa que impide la construcción de edificios enfermos, sino mejorar los entornos para que cuiden activamente de nosotros.

  • Un reto ambicioso a largo plazo se centra en la regla 3-30-300, que se refiere a que cada persona debería ver al menos 3 árboles desde su casa, tener 30% de cobertura vegetal en su barrio, y estar a 300 metros de un espacio verde.

Jorge Ratia

Hace aproximadamente 10.000 años, el ser humano se empezó a cansar del nomadismo. Ir cambiando de hogar cada cierto tiempo no estaba mal, pero quedarse con uno y hacerlo propio sonaba mucho mejor. Aquella idea fue mejorándose siglo tras siglo, hasta que nos convertimos en lo que somos hoy: la generación doméstica.

Pasamos la mayor parte del día (más del 90% según la OMS) en lugares de interior: en casa, en la oficina, en el colegio, en el gimnasio... Nos hemos acostumbrado a vivir entre cuatro paredes y en ocasiones descuidamos las desventajas que eso puede conllevar.

A principios de los años 80 se detectó que algunas personas sufrían problemas de salud que parecían estar relacionados con el tiempo que pasaban dentro de un edificio. En aquel momento no se identificaron enfermedades ni causas concretas, pero aquella sintomatología emergente fue acuñada como el “Síndrome del Edificio Enfermo” -quizá más exacto “del edificio enfermante”-, que perdura hasta la actualidad.

Las víctimas reportan sobre todo dolor de cabeza, problemas respiratorios, ojos irritados, piel seca, cansancio y dificultad para concentrarse. Sin embargo, un trastorno especialmente curioso asociado al edificio “enfermo” es la lipoatrofia semicircular, que se reconoce por la aparición de unos hundimientos ovalados en los muslos. 

Entornos laborales insalubres

Con los escasos hilos que la comunidad científica ha conseguido unir, se conoce que el Síndrome del Edificio Enfermo se origina más frecuentemente en oficinas que en viviendas. En España, se calcula que el 30% de estos entornos de trabajo padecen el Síndrome del Edificio Enfermo, y el caso más sonado fue en la Torre Agbar de Barcelona en 2007, cuando se detectó en 40 trabajadores del edificio.

Asimismo, la OMS recopila una serie de características que hacen a los edificios más propensos a “enfermar”: (1) casi siempre tienen un sistema de ventilación forzada que suele ser común a todo el edificio o a amplios sectores y existe recirculación parcial del aire. (2) Normalmente son de construcción ligera y barata. (3) Las superficies interiores están en gran parte recubiertas con material textil, incluyendo paredes, suelos y otros elementos de diseño interior. (4) Se mantienen relativamente calientes con un ambiente térmico homogéneo. Por último, (5) son edificios herméticos en los que las ventanas, por ejemplo, no se pueden abrir. Aunque estos rasgos sean orientativos, ¿cómo puede ser que un edificio impacte sobre nuestra salud solamente por cómo está construido?

Respirar, ¿actividad de riesgo?

En primer lugar, el aire que respiramos en el interior puede ser entre tres y cinco veces más tóxico que en el exterior, debido a la mala ventilación, la gran concentración de gente o las sustancias químicas que desprende el mobiliario. Julia Manzano, arquitecta y experta en salud en el Área técnica de Green Building Council España, explica por qué el simple aire se ha convertido en una amenaza: “Nuestros hogares siempre se han pensado para que estemos a gusto dentro de ellos, para que estemos bien térmicamente. De este modo, para regular mejor la temperatura, hace tiempo se introdujo una normativa que obligaba a los edificios a tener ciertos aislamientos y así el aire no escapase. Esto provocó que los edificios nuevos fueran más cerrados, tuvieran menos ventanas y fuera mucho más fácil que el aire se concentrara dentro, lo que conlleva una mayor contaminación del aire, contaminación electromagnética, problemas de humedad...”

La ventilación deficiente es solo una de las múltiples causas del Síndrome del Edificio Enfermo. El Servicio Nacional de Salud de Reino Unido (NHS) acusa también a los sistemas de aire acondicionado, la acumulación de polvo, el humo, la iluminación, el ruido e incluso el orden. La economista y directora de Innovación en el Clúster AEICE Hábitat Eficiente, Carmen Devesa, añade que hay muchos otros factores que repercuten sobre nuestro bienestar, aparte de los clásicos que pueden proponer las instituciones: “La ergonomía, por ejemplo, es algo a priori superficial, que no forma parte de un edificio enfermo, pero que sí nos afecta. Para ponernos en contexto: hay mesas de diseño que quizás son preciosas pero sobresalen las patas y nos tropezamos cada vez que pasamos por al lado. Según quien se tropiece, la caída puede ser grave. Detalles así afectan a la salud. Otro caso ilustrativo enfrenta la ergonomía con la accesibilidad, que por cierto tampoco se incluye entre las características del edificio enfermo: un hogar puede estar muy bien equipado con rampas, ascensores... Sin embargo, los portales son muy pesados. La accesibilidad que se ofrece a las personas mayores poniendo un ascensor, se le quita poniendo una puerta que no pueden empujar. ¿Convierte eso a tu casa en ‘enferma’? No. ¿Repercute sobre la calidad de vida de los vecinos? Definitivamente”.

De edificio enfermo a edificio saludable

Argumentos así llevaron a los expertos a determinar que el edificio enfermo era un concepto muy limitado y en muchas ocasiones incluso superado, por lo que se trascendió hacia uno nuevo, el de “Edificio Saludable”. Este término comparte la filosofía de trabajar no solo para que los edificios no sean fuente de enfermedades, sino para que promuevan activamente la salud. Sobre esta nueva perspectiva, Devesa destaca que debemos entender la salud no solamente como la ausencia de enfermedad, sino como un estado holístico de bienestar físico, mental y social: “Todos los entornos construidos impactan de alguna forma en nuestro bienestar. Algunos de ellos son edificios enfermos, pero eso es algo que ocurre en lugares muy concretos. Hay otros tipos de infraestructuras que también tienen un impacto negativo, aunque cumplan con toda la normativa vigente”. Por tanto, la misión actual ya no es ceñirse a la normativa que impide la construcción de edificios potencialmente enfermos, pues al final muchos factores se quedan desatendidos, sino mejorar los entornos para que cuiden activamente de nosotros. La cuestión es, ¿podemos conseguirlo?

Por supuesto que podemos. Existen proyectos tecnológicos que generan iluminación circadiana en una habitación o edificio, respetando los diferentes procesos naturales que las personas atraviesan a lo largo de 24 horas. Dicho de otro modo, la iluminación va cambiando automáticamente de intensidad y color a lo largo del día. Devesa afirma que es un avance importantísimo porque “si se instala en una residencia de ancianos o en un aula escolar, se puede hacer que la intensidad de luz se vaya reduciendo a medida que entra la luz natural, un sistema beneficioso para nosotros y para el planeta, ya que se ahorra energía”. 

Otro ejemplo de innovación que subraya Manzano es la neuroarquitectura, una disciplina del siglo XXI que investiga cómo los estímulos del entorno nos afectan a nivel neuronal. Hay estudios que sugieren que el color de las paredes puede afectar a nuestro estado de ánimo o sensación térmica: los pacientes de un hospital reportaron más frío cuando eran de un color azulado que cuando tenían un tono más anaranjado. En resumen, sí existen medidas a corto, medio y largo plazo para que los edificios sean saludables, ¿a qué esperamos para ponerlas en marcha? 

Más metros cuadrados no siempre es mejor

El primer desafío es el de concienciación. La población general todavía no entiende la importancia de invertir en edificios saludables. Es un concepto tan reciente y las ventajas son tan complicadas de medir que quien actualmente quiere comprarse una vivienda sigue prestando toda la atención al precio por metro cuadrado, en lugar de valorar factores como el aislamiento acústico. En este caso, quizás sería más conveniente invertir en paredes que garanticen el descanso que en un par de metros más en el salón. Por este motivo, los ciudadanos conocedores del asunto han de exigir a los profesionales que apuesten por la transformación de nuestros hogares. Y como profesionales, debemos aprender a diseñar mejor para minimizar los efectos negativos del entorno construido.

Un reto más ambicioso se centra en la llamada regla 3-30-300, que se refiere a que cada persona debería ver al menos 3 árboles desde su casa, tener 30% de cobertura vegetal en su barrio y estar a menos de 300 metros de un espacio verde. Es la respuesta a largo plazo que se quiere dar tras analizar los estudios sobre biofilia, la necesaria unión del ser humano con la naturaleza, que han reflejado una asociación entre la vegetación urbana y la salud física y mental.

Mientras tanto, “lo ideal”, opina Devesa, “sería que en los edificios ya construidos, durante las reparaciones que se llevan a cabo periódicamente por el simple hecho de que el edificio envejece, se invirtiera un poco más para atender las necesidades menos evidentes que a final mejorarán la calidad del sueño, las afecciones psicológicas relacionadas con el ruido, y en general estaríamos más sanos”.

En conclusión, el Síndrome del Edificio Enfermo y sus consecuentes investigaciones han impartido numerosas enseñanzas sobre cómo los edificios de nuestro entorno pueden mejorar nuestro bienestar. Más ventilación, más luz natural, diseño industrial activo, creación de nuevos espacios verdes en interior y exterior, construcción sostenible y conciencia del impacto físico, mental y social. Estas son las claves para que el ser humano avance en sintonía con el entorno que le rodea; para que siga sin arrepentirse de haber abandonado el nomadismo y disfrute de las ventajas que tiene pertenecer a la generación doméstica.

Continúa en nuestro blog Demos vida a un hábitat mejor

 

 

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