Por qué me mudé a la España vaciada

14/10/2022

Sociedad y Personas Demos Vida

La migración del campo a la ciudad no solo ha dejado a miles de pueblos desprovistos de habitantes, también ha causado una insana masificación en las grandes ciudades. Por eso algunos, motivados por la pandemia y por el incremento de los precios urbanos, han decidido hacer las maletas y construir una vida en la España rural.

  • Si no hacemos nada por cambiarlo, en 2050 el 88% de la población mundial será urbana

  • Es vital emprender políticas que incentiven la repoblación de zonas rurales ahora vacías de personas pero ricas en recursos y oportunidades

Por Montse Vila-Masana

El éxodo rural no es un concepto de nuestros tiempos. Si bien su origen puede colocarse en un periodo tan lejano como en la época de los imperios marítimos del Mediterráneo (griegos, romanos, fenicios y cartagineses) y la fundación de las grandes ciudades, el movimiento migratorio del campo a la ciudad pegó un acelerón especialmente potente con la Revolución Industrial, que no llegó a España hasta mediados del siglo XIX. Desde entonces, aunque por diversos motivos, este desplazamiento de agricultores y ganaderos a las grandes ciudades no ha cesado, y lo que antes era un goteo incesante ha pasado a convertirse en un flujo imparable.

En la actualidad, según un estudio de Greenpeace, tan solo un 16% de la población española está cuidando del 85% del territorio. Unos números desproporcionados que se ven agravados por la avanzada edad de las personas que siguen trabajando en el campo: las estadísticas nacionales que la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja) maneja apuntan a que la edad media de los jefes de las explotaciones agrarias es de 61,4 años y tan solo el 5% de estos trabajadores tiene menos de 35 años. 

Además, la mitad de la población española reside en las capitales de provincia, como apuntan las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE). Por si fuera poco, tanto el Banco Mundial como la ONU aseguran que el 80% de la población global vive en zonas urbanas (lo que incluye ciudades grandes y pequeñas) y que, de no revertirse la tendencia actual, en 2050 esta cifra alcanzará el 88%. Pero ¿qué empuja –especialmente a los jóvenes– a migrar del campo a la ciudad? 

El mundo rural no es un lugar bucólico

A mitades del siglo XX, más de 3,1 millones de españoles dejaron sus viviendas en el campo para trasladarse a las grandes ciudades. Debido a la industrialización de las tareas agrarias y ganaderas, el sector empezó a requerir menos mano de obra y miles de familias decidieron probar suerte en el mundo emergente de la industria y el creciente sector servicios. Actualmente, en el campo hacen falta trabajadores, pero son otras razones las que propician el cambio de vida. 

Una de ellas es la educación, tanto la de estudios superiores (universitarios, ciclos superiores o incluso el bachillerato artístico, por ejemplo) como la de los primeros años de vida. La caída de la natalidad, una tendencia generalizada en todo el territorio español, ha hecho que numerosas escuelas cierren las puertas de las aulas con menos estudiantes, obligando a las familias a trasladarse a ciudades más grandes donde la oferta educativa es más accesible. 

También son razones de peso el detrimento de los servicios de la sanidad pública –decenas de municipios pequeños no cuentan ni con médico ni con farmacia–, las conexiones deficientes a internet que dificultan el teletrabajo o incluso la gestión diaria de asuntos financieros para los pequeños empresarios, la falta de transporte público de calidad y la presencia prácticamente nula de centros culturales o de ocio en algunas zonas. 

En definitiva, son numerosas las trabas que se encuentran las familias rurales, pero más fuerte ha sido el silencio de las instituciones que, para muchos, no han hecho lo suficiente para solucionar este problema de calibre nacional. 

Salomón Ortega, presidente en funciones de Asociación Repuebla, asegura que no encuentran una “voluntad política” para poner freno a la despoblación y apostilla que, quizá, el problema es que “muy pocos políticos conocen el entorno rural”. “Además, los votos están en las grandes ciudades y los pueblos se convierten en irrelevantes: tendría que haber un pacto de Estado contra la despoblación para implantar un nuevo modelo de desarrollo donde se trate por igual a todas las zonas de España”, añade. Ortega, cuya asociación se afinca en las provincias de Pinares y Arlanza (Soria y Burgos), apunta también que la despoblación empuja a la superpoblación de las grandes ciudades con consecuencias nefastas y “nada sostenibles”.

Por este motivo, el objetivo de la Asociación Repuebla es “difundir el problema de la despoblación, que es el origen de otros muchos desequilibrios e injusticias”. La evidencia se ve a kilómetros: Ortega cuenta que, en su pueblo, durante los años 80 había comunicación diaria con Burgos y Soria a través de una línea de ferrocarril (ahora ya inexistente) y una ruta de autobús (también suprimida). “Lo único que queda es la carretera, porque no la han podido levantar”, critica.

Se podría decir que el despoblamiento rural es la pescadilla que se muerde la cola: a más migración hacia las ciudades por falta de servicios (escuelas, oficinas bancarias, sanidad), menos inversión estatal y empresarial en estas zonas, lo que, en su turno, empuja aún más el éxodo rural.  

Viriatos Zamora es otra organización formada por vecinos que busca poner sobre la mesa el mismo problema. Para Ana Morillo, presidenta de la asociación, “la despoblación se puede revertir con unas políticas totalmente diferentes a las que se están haciendo. Con nuestros recursos, que son muchos”. Fomento de empleo, cooperativismo e impulso del sector primario son opciones totalmente viables que atraerían de nuevo a la gente a las zonas rurales. Morillo concuerda con Ortega: “En los foros de despoblación faltan los verdaderos protagonistas: no se está teniendo en cuenta a los pobladores y cuidadores del territorio”. 

Todo ello se refleja también en el estado de salud del entorno rural. En esta línea, ambos recuerdan que antiguamente no había tantos incendios. “Nuestros antepasados habitaban los pueblos y cuidaban los bosques: no teníamos aviones ni necesitábamos políticas contra incendios y, sin embargo, nunca se había quemado tanto como ahora”, dice Morillo. Ortega añade que “nunca hubo un incendio” mientras él era joven: “El monte era nuestro principal recurso”.

Propuestas políticas: ¿llegarán a tiempo?

Con 3.500 pueblos abandonados y más de 3.400 municipios en riesgo de muerte, los partidos políticos finalmente parece que se han dado cuenta de que es necesario poner en marcha propuestas para revertir la situación. Recientemente se aprobó el Plan Estatal de Acceso a la Vivienda, que ayuda especialmente a los menores de 35 años que decidan mudarse a municipios con menos de 10.000 habitantes con ayudas de hasta 10.800 euros por la compra de su residencia habitual. También contempla ayudas al alquiler para los municipios con riesgo de despoblación y deducciones en el IRPF para la adquisición o reforma de la vivienda habitual. 

A pesar de las propuestas poco acertadas que a veces se han hecho por parte de las altas esferas políticas (proyectos de megaminería que afectarían al medio ambiente, parques eólicos y fotovoltaicos que no aportan dinero ni población o el reciente anuncio de la demolición de presas que afecta tanto al turismo como al consumo local de agua), Ana Murillo considera que hay alternativas viables que podrían ser útiles para luchar contra la despoblación: “Las soluciones están en las propuestas de las organizaciones vecinales y los políticos harían bien en escucharlas”.

Viriatos Zamora trabaja actualmente para conseguir de Europa fondos de cohesión y una fiscalidad diferenciada para el proyecto Serranía Celtibérica. “Serviría para apoyar el desarrollo a muchas bandas: para favorecer el emprendimiento de las mujeres rurales, fomentar el cooperativismo, proteger nuestro patrimonio e identidad…”., explica. Además, “el teletrabajo, aunque a nivel minoritario, es un punto que también suma”.

Murillo, asimismo, destaca una idiosincrasia muy marcada que no existe en las grandes ciudades. “En el mundo rural tenemos más identidad, con fiestas y trajes y gastronomía tradicional en cada pueblo”, una personalidad que “atrae el turismo y da un empujón a las zonas rurales”. Ejemplo de ello es Fromago Cheese Experience, que se celebró estos pasados 15 a 18 de septiembre en Zamora. Esta Feria Mundial de Queso atrajo a una ciudad con escasos 63.200 habitantes a más de 300.000 visitantes. 

“No tenemos un parque tecnológico, pero tenemos el mejor queso que te puedas imaginar, el mejor vino, la mejor carne. Recursos, hay. Zamora no es pobre, porque hay tierras y agua. Tenemos esta riqueza”.

El campo será rural, o no será

Ortega, por otro lado, insiste en que no se vive bien ni en los pueblos vaciados, pero “tampoco en las ciudades masificadas”. Aunque la evidencia demuestra que las políticas que buscan beneficiar tanto a las grandes urbes como a las zonas rurales terminan afectando a estas últimas negativamente. 

Por eso, indican los expertos, es vital apostar por políticas de limpieza y conservación de los bosques y proporcionar contratos dignos a los forestales para que realicen labores de mantenimiento durante todo el año. De la misma forma que lo es facilitar el trabajo de los agricultores y ganaderos, y no poner palos en las ruedas de un sector al borde del colapso. 

En otras palabras, es necesario invertir en infraestructuras y servicios cercanos y de calidad. Y, sobre todo, es trascendental promocionar sus virtudes para dar a conocer las ventajas de vivir en estas regiones que ahora estarán vaciadas de personas, pero no de recursos, riqueza, oportunidades.

Continúa en nuestro blog Demos vida a un hábitat mejor

 

 

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