Helena Calvo: «Tirar una manzana a la basura es tan solo la punta del iceberg del desperdicio alimentario»

01/07/2021

Sociedad y Personas Demos Vida

La responsable de las campañas de concienciación de Too Good To Go analiza las consecuencias de un desperdicio de alimentos 

  • «El sistema es ineficiente: estamos generando comida y gastando continuamente recursos limitados para que acaben en la basura»
  • «Las estanterías vacías durante el confinamiento nos demostraron que, cuando la cadena alimentaria sufre un imprevisto, estamos completamente indefensos»


Una quinta parte de la comida que se cultiva y produce en el mundo acaba en la basura. Esto es, según Naciones Unidas, 931 millones de toneladas. Y desde Too Good To Go se han propuesto librar a nuestro planeta de las consecuencias económicas, sociales y medioambientales de este desperdicio de alimentos que contrasta con el hecho de que, según la FAO, 690 millones de personas pasen hambre. Y eso, a pesar de que se produce la cantidad de comida suficiente como para alimentar a la humanidad en su conjunto. Helena Calvo, responsable de las campañas de concienciación de esta app contra el desperdicio alimentario, analiza la situación y qué hacer para cambiarla.

 

Los estudios más recientes demuestran que tanto los países ricos como los empobrecidos desperdician la misma cantidad de comida, a pesar de que en los segundos la seguridad alimentaria está continuamente amenazada.


Los datos son verdaderamente asfixiantes, y el problema es que el desperdicio de alimentos es global, muy complejo y se presenta en todos los eslabones de la cadena –aunque depende del país la forma en que estos se reparten–. Los errores, muchos y muy variados, acaban generando lamentablemente estas cifras de desperdicio. Tenemos que partir de la base de que el sistema es ineficiente: estamos generando comida y gastando continuamente recursos limitados –sobreexplotando el planeta, a fin de cuentas– para acabar tirando todos esos alimentos a la basura sin que puedan nutrir a nadie. Así que no necesitamos producir más, sino ser más eficientes. Esto es tremendamente dañino para la sociedad, pero también para el planeta. De hecho, se calcula que el 19% de los fertilizantes que se utilizan en el mundo se invierten en comida que acabará desperdiciada, lo que genera un impacto sobre el suelo completamente absurdo. Solucionar este problema requiere de soluciones desde todos los enfoques: el social, el económico, el ambiental…

 

Precisamente, Too Good to Go llegó hace cinco años con el objetivo de salvar la comida implicando a todos los agentes de la cadena: son los restaurantes los que anuncian sus excedentes en la app, y los ciudadanos los que se quedan con ellos. ¿Solo podemos luchar contra el desperdicio alimentario si lo hacemos en equipo?


Totalmente. Nuestra misión es empoderar a todo el mundo a luchar colectivamente contra el desperdicio alimentario. De hecho, en nuestra app, y en cualquier lugar donde nos anunciemos, el juntos siempre lo subrayamos, porque queremos recordar siempre que un problema tan grave y complejo como este requiere unir esfuerzos para atajarlo. Desde Too Good to Go, de hecho, nos definimos más como movimiento que como empresa para así poder resolver el desperdicio desde ese enfoque transversal que mencionaba anteriormente. La app ayuda a los ciudadanos a implicarse, pero también trabajamos en otros cuatro pilares: educación, asuntos públicos, negocios y hogares para cambiar el paradigma del desperdicio. De hecho, el año pasado fuimos un paso más allá y desarrollamos DeOrigen, una solución contra el desperdicio para productores y fabricantes que permitía a los ciudadanos salvar comida directamente de un fabricante o mayorista, en las propias fábricas o mediante puntos de recogida. Con ella hemos salvado más de 15.000 packs de comida en una fase en la que se produce más de un tercio de todo el desperdicio de alimentos en España.

 

Además, el confinamiento parece haber cambiado nuestras actitudes frente a la comida. Las últimas encuestas de la OCU revelan que 7 de cada 10 españoles ya no tiran comida a la basura, cuando en la era precovid el porcentaje no superaba los 3 de cada 10. 


Durante el confinamiento hemos visto, por primera vez, algo que nunca nos habíamos planteado: las estanterías del supermercado desoladas. Hasta entonces habíamos dado por hecho que los alimentos siempre estarían a nuestra disposición y, de un día para otro, nos encontramos con ese panorama. No habíamos sido capaces de ser conscientes de la cantidad de manos que se necesitan para que un producto –el que sea– emprenda el viaje desde que crece de la tierra hasta que llega a nuestra despensa. Ahora, hemos visto que cuando esta cadena se rompe o se encuentra con algún obstáculo, somos vulnerables. Ya sabemos lo que lleva a sus espaldas un alimento y eso nos ha hecho capaces de conectar más con él, dándole un valor que va mucho más allá de lo económico. Además, durante el confinamiento tuvimos muy pocas formas de celebrar la vida y cocinar se convirtió en uno de los mejores –y escasos– momentos para hacer algo diferente cada día. Ahí también miramos la alimentación con otros ojos.

 

Acabar con el desperdicio es una de las principales metas de la Agenda 2030 que, como primer paso, ha marcado el objetivo de reducir al 50% el desecho de alimentos para 2030. Pero solo llegaremos a esa meta, advierten los expertos, si somos capaces de alcanzar un sistema alimentario más saludable, sostenible e inclusivo. ¿Qué retos debemos superar los ciudadanos para pavimentar este camino?


Cada uno de nosotros jugamos un papel importante en esto, pero hay que hacer un pequeño matiz: hablamos de ciudadanos y empresas como dos aspectos separados cuando, al final, las empresas también son consumidoras y forman parte de la toma de decisiones como los ciudadanos. Nos pongamos el sombrero que nos pongamos, siempre debemos pasar por el filtro de «¿qué puedo hacer para mejorar lo que hago?». De nada vale apuntar con el dedo a otros sin ver qué tenemos en nuestras manos. Pero lo cierto es que para 2030 vamos un poco tarde. Los objetivos, salvo contadas excepciones, han sido demasiado ambiciosos. Estando donde estamos, lo único que podemos hacer es poner todos los medios para que, cuando llegue 2030, al menos sepamos que hemos hecho todo lo que tuvimos en nuestras manos. Cada pequeño gesto cuenta, y una aplicación como la nuestra lo demuestra: las personas hacen un pequeño gesto como salvar un pack de comida y, en realidad, están contribuyendo directamente a reducir el desperdicio y encender la mecha del cambio. 

 

El desperdicio alimentario preocupa tanto porque, como hemos visto, no solo daña a las comunidades, también al entorno y, por ende, al planeta. Según datos de la ONU, entre el 8% y el 10% de las emisiones totales de efecto invernadero están asociadas con alimentos que no se consumen. ¿Qué medidas pueden aplicarse para garantizar la circularidad del sistema alimentario, tanto en el sector público como en el privado?


Tenemos ya muy asociado el desperdicio de alimento con la perspectiva social y moral, especialmente tras el cambio de paradigma que supuso la pandemia, pero también hay que leerlo desde la económica. No solo es lo que vale una manzana, sino cuánto valen los recursos que se han utilizado y, sobre todo, qué factura nos llegará de paliar esos efectos climáticos provocados por el desperdicio, porque eso también supone un importante desembolso de gestión e infraestructuras. Al final, tirar una manzana a la basura es tan solo la punta del iceberg. Por eso es importante que no se vea como un problema ajeno, sino que se pongan medidas. En Cataluña, por ejemplo, ya se ha aprobado la ley contra el desperdicio que legisla sobre todos los agentes de la cadena. A nivel nacional, también se está movilizando un proyecto de ley similar. Pero hay que pasar de las palabras a la acción, así que es muy importante que la legislación se elabore con todo detalle y recursos para que no se nos escape ni un hilo. Por otro lado, al ámbito privado le corresponde demostrar que puede trabajar por cambiar esta situación. Normalmente, como ciudadanos, tendemos a pensar que una empresa rara vez se comprometería con el medio ambiente y es ahora cuando, quizá, las entidades empiezan a entender que el consumidor busca marcas con valores y compañías con impacto social que empiecen a preocuparse de algo más que del beneficio. En Too Good to Go lo vemos cada día con todas las empresas que participan con sus excedentes.

 

 

 

Ikea, Carrefour, Alcampo… en Too Good to Go cada vez os asociáis con más marcas mientras acumuláis más usuarios –actualmente, 2,9 millones–. Es una buena definición del «actúa local, genera soluciones globales». Evitar el desperdicio está cada vez más en nuestro ADN, pero ¿qué papel juegan las generaciones más jóvenes para evitar que estas actitudes no se diluyan en el tiempo?


Hay una frase que el tecnólogo alimentario Aitor Sánchez utiliza siempre y que me encanta: «La generación milenial es la primera generación que, a pesar de tener un nivel de vida muy cómodo, ha empezado a buscar dejar de lado esos privilegios para hacer las cosas diferentes». No puede estar más en lo cierto. El pasado diciembre hicimos un sondeo a distintos grupos de edad y observamos que la población más joven no solo estaba más concienciada contra el desperdicio que las demás, sino que era la única capaz de vincular desperdicio con impacto medioambiental. Nosotros [los milenials] somos la generación que va a cambiar las cosas. Vamos a tener ciertas posiciones en las decisiones y acciones que se tomen de ahora en adelante. Esa es la mejor manera de garantizar que la lucha contra el desperdicio decante de generación en generación. 

 

Y el comienzo de esta lucha está en nuestros propios hogares. ¿Qué pueden hacer desde sus cocinas los españoles para garantizar un futuro alimentario más seguro y justo para todos?


Estoy segura de que no voy a decir nada nuevo, pero es que son las acciones más útiles. En primer lugar, es muy importante planificar bien: qué cómo, cómo y por qué. Una vez resuelto esto, viene muy bien preparar un plan semanal en el que distribuyamos los desayunos, las comidas y las cenas, ya que esto, además de permitirnos comer mejor y más variado, nos permite aprovechar a tope todo lo que tenemos en la nevera y en la despensa. Por otro lado, es esencial compartir nuestros conocimientos con el resto. En Too Good to Go, por ejemplo, publicamos una gran cantidad de trucos y consejos sobre recetas de aprovechamiento, cómo conservar los alimentos para que duren más tiempo, cómo identificar si un producto es comestible a pesar de su apariencia… Por último, es esencial que entiendan bien la diferencia entre la fecha de caducidad –marca el momento en el que el alimento deja de ser combustible a ojos de la seguridad sanitaria– y la fecha de consumo preferente –el momento en el que un alimento deja de tener las condiciones óptimas de sabor, olor y textura, aunque se pueda seguir comiendo–. Esto nos puede ayudar a evitar el desperdicio y, de hecho, hay empresas alimentarias que ya están sustituyendo sus fechas de caducidad por fechas de consumo preferente para contribuir a frenarlo. Es aquí, precisamente, donde vemos lo importante que es que empresas y ciudadanía tejan lazos. Nosotros ya hemos propuesto también a grandes marcas que añadan en sus productos un distintivo para identificar si un producto está bueno. De nuevo, en esta lucha es importante que todos trabajemos juntos.
 

Por Cristina Suárez

 

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