- Nuestra casa dejará de ser un simple hogar y se convertirá en un compañero de piso activo y pensante que tome sus decisiones.
- Nos dirigimos hacia hogares muy funcionales y flexibles, en los que cada espacio sirva para diferentes usos.
Por Ramón Oliver
Cuando uno se pone a elucubrar sobre cómo será el futuro, resulta casi inevitable hacerlo bajo el influjo sesgado del presente. Es decir, uno no suele imaginar lo que está por venir como algo inédito ni radicalmente distinto a lo que ya conoce; como mucho, le aplica una pátina de modernidad y se sitúa en una versión un poco más sofisticada de lo actual. Y esa visión –condicionada y limitada por el presente– nos impide ir muy lejos en nuestras proyecciones del mañana.
En el caso de la vivienda del futuro, quizá nuestra mejor oportunidad de atisbar cómo podrían ser las casas que habitaremos dentro de unos años sea precisamente, dejar de pensar en ellas simplemente como tal, y atrevernos a imaginarlas como algo más. Como algo distinto. Porque si algo sabemos con seguridad –y ya lo estamos viviendo en la actualidad– es que la tecnología jugará un papel muy importante en esos hogares que aún no conocemos. Con esa certeza en mente, es fácil caer en la tentación de imaginar un futuro repleto de gadgets digitales que nos hagan la vida más fácil, sin moverse del sofá. Un hogar completamente domotizado en el que las cosas se hagan solas, como por arte de magia.
Semejante planteamiento sería quedarnos con lo obvio: no estaríamos haciendo el ejercicio de pensar en las verdaderas implicaciones que la digitalización puede tener en nuestras vidas y en la de nuestros hogares. Porque más allá de un medio para obtener confort y seguridad, la tecnología podría cambiar para siempre el concepto de casa tal como lo conocemos. Y en esa acepción futurista, el hogar bien podría evolucionar desde sus funciones de cueva y refugio hasta convertirse en un miembro más de la familia con identidad e inteligencia propias.
Las nuevas tecnologías exponenciales como el Internet de las Cosas, el 5G o la inteligencia artificial nos encaminan hacia ese escenario. En muy poco tiempo muebles y electrodomésticos van a extender sus funciones y, además de sentarnos en ellos, ver la televisión o mantener frescos nuestros alimentos, serán auténticos ordenadores que recojan y procesen datos a gran escala. Datos que, analizados por una inteligencia artificial que gobierne la casa, podrán ser utilizados para tomar decisiones como desconectar la calefacción durante determinadas horas del día, ajustar la compra de leche al consumo medio familiar o reemplazar una batidora pocos días antes de que se estropee uno de sus componentes. De esta manera, nuestro hogar dejará de ser un simple hogar y se convertirá en un compañero de piso activo y pensante que tome sus decisiones y participe en muchas de las tareas del día a día. La casa entera podría estar gobernada por un binomio bien avenido mecánico.
También el diseño de los hogares cambiará. ¿Hacia dónde? Es difícil de decir, pero tendría sentido pensar que nos dirigimos hacia hogares muy funcionales y flexibles, en los que cada espacio sirva para diferentes usos y se optimice cada metro cuadrado. La revolución también llegará a los materiales de construcción, una revolución en clave sostenible en la que los elementos reciclados cobrarán un enorme protagonismo. Una decidida apuesta por la economía circular, por los suministros limpios y el autoconsumo son otras de las líneas por las que podría moverse esa casa del mañana.
¿Cómo nos relacionaremos los humanos con esas nuevas viviendas? Sin duda, de una manera distinta y más participativa. Será una relación en la que las personas deberemos aprender a dialogar con esa inteligencia artificial que trabaja para el bienestar de la familia. Y una interacción que obliga a redefinir el rol, el espacio y la identidad que ese hogar ocupa en la vida de las personas.
Tal vez esa nueva relación traiga consigo perjuicios. Tal vez nos volvamos más perezosos y displicentes por el hecho de vivir permanentemente atendidos por un servicio doméstico digitalizado en el que la propia casa asume las labores de mayordomo y ama de llaves. O quizá, no. Quizá, por el contrario, nos volvamos más conscientes y considerados con nuestro hogar y nuestro entorno, empoderados y conectados con el mundo por el hecho de que ya, nunca más, viviremos solos.