Luz, agua corriente, energía, comida, confort térmico… Todas las necesidades –y comodidades– de una vida moderna podrían confluir de manera orgánica e independiente en una casa autoabastecible.
- Luis Altafaj: «Un buen aislamiento térmico permite ahorrar un 70% de la energía consumida».
- Carmen Prado, arquitecta: «Necesitaríamos contar con un pequeño terreno en el que cultivar patatas, tomates, lechugas… e incluso tener unas cuantas gallinas».
- Miguel Torres utiliza el excedente de energía generada por sus paneles solares para cargar su coche eléctrico.
Por Esther Peñas
Ecológico, sostenible, eficiente, verde, autosuficiente… Son algunos de los adjetivos que solemos asociar a automóviles, viajes, productos de higiene, electrónicos, alimenticios o textiles. Pero ¿podemos actualmente relacionarlos con nuestros hogares, con lugares que, además de ser confortables se abastezcan totalmente a sí mismos?
Si echamos la vista atrás, encontramos una evidencia que puede servirnos como una primera aproximación: las viviendas de antaño no disponían de agua ni electricidad. Eran construcciones que aprovechaban el curso del sol para disponer las distintas estancias, sacando el mayor partido a la luz, cercanas a acuíferos, con terreno suficiente para disponer de una pequeña huerta y cuyos habitantes, en buena medida, reutilizaban los desperdicios generados como abono o alimento de animales. Sus gruesos muros, que almacenaban la temperatura cediéndola lentamente al interior, aislaban del calor y del frío.
Por fortuna, hoy en día no es necesario renunciar a los progresos que hemos ido incorporando a nuestros hogares para tener una casa que reduzca al mínimo su consumo energético y que se sirva de las renovables y de recursos sostenibles para satisfacer sus necesidades.
Hablamos de casas autosuficientes, viviendas autosostenibles que generan su propia energía. «Lo primero, es contar con un buen aislamiento térmico, lo que permite ahorrar un 70% de la energía que se consume. Para lograrlo es necesario que no tenga infiltraciones, para lo que se hace una prueba de estanqueidad (blower door), que consiste en extraer el aire del interior de la vivienda para vigilar que no pase aire por ninguna de las rendijas ni juntas constructivas. Con esto se reduce casi por completo el consumo de la energía», explica Luis Altafaj, del estudio de arquitectura Arsitek.
Un adecuado espesor de los muros, aislantes transpirables que eviten condensaciones, cristales que cedan el calor hacia el exterior o a la inversa y materiales que permitan una inercia térmica como el ladrillo. Hay que sopesar cada elemento antes de construir. Por ejemplo, el hormigón es un buen aislante, pero carga un importante impacto medioambiental: por cada kilo de cemento, se emite un kilo de CO2. La madera es más sostenible, ya que absorbe más carbono durante su crecimiento que el que emite en fábrica. Pero si su lugar de origen es demasiado lejano, también contaminará. Los ladrillos cerámicos se postulan como un material intermedio en cuanto a emisiones y, además, con alta inercia térmica.
«Pensemos en una casa de 150 metros cuadrados, por ejemplo. El mínimo de vatios que se puede contratar con una eléctrica es de 3.500. Una casa bien aislada de este tamaño necesitaría unos 2.000 vatios o quizás menos. Si colocamos unas veinte placas solares, obtendremos alrededor de 8.000 y tendremos agua caliente y calefacción. Además, con el excedente se puede cargar el coche almacenar energía», continúa el arquitecto Altafaj.
La captación de la radiación solar es imprecindible. Algo que, a día de hoy, es bastante asequible. Así intentó demostrarlo el técnico industrial Miguel Torres, que decidió un día dejar de pagar sus recibos de la luz para comprobar que era posible vivir desconectado de la red. Residía en Málaga, donde el sol es tremendamente generoso, y colocó varios paneles solares de 4,2 kilovatios de potencia en su casa, capaces de acumular energía para cinco días. Su experiencia resultó tan satisfactoria que decidió montar una empresa, Atepo, que se dedica a ayudar a la gente a consumir su propia energía. «La idea es generar más energía que la que se consume», señala. Además, este sistema le permite dar ese excedente a quien pueda necesitarlo o, en su caso, destinarlo a su automóvil.
Torres pagaba alrededor de cien euros mensuales y ahora solo hace cuentas de lo que se ahorra anualmente. «Es cierto que se amortiza relativamente pronto la inversión de los paneles solares, en unos cinco o seis años, tal vez menos. Pero no hay que olvidar que requieren de un gasto inicial del que no todo el mundo dispone –entre quince y veinte mil euros, dependiendo del tamaño de la casa–. Claro que hay que señalar que contamos con numerosas ayudas de las distintas administraciones que pueden asumir el grueso de desembolso», apunta Carmen Prado, arquitecta especializada en casas autosuficientes. El propio Torres lo confirma: «si no hubiera recibido la subvención de la Junta de Andalucía, me hubiera resultado imposible ponerlos». Pero lo hizo.
Los expertos, en su mayoría, se decantan por la energía solar frente a la geotérmica, que aprovecha la alta temperatura del suelo, por ser esta menos eficiente y económica que los paneles solares. Actualmente, hay tres tipos de paneles solares en el mercado: fotovoltaicos (que crean energía eléctrica), fotovoltaicos térmicos (en vez de generar electricidad, funcionan por el calentamiento de los tubos que los componen) y termodinámicos (los más comunes, por su eficiencia, su menor tamaño y porque no dependen del sol para generar energía). Cada euro invertido en eficiencia energética supone un ahorro de dos, según un estudio de la compañía Greenway, empresa del sector de las energías renovables y tratamiento y gestión de aguas.
Aunque «conviene no perder de vista las bondades de la geotermia, ya que podemos provocar el efecto cueva, como en las cavas donde se almacena el vino, que en verano lo mantiene fresco y en invierno lo protege del frío. Si se hace un sondeo de unos doscientos metros a la casa, conseguiremos diez grados más en invierno y diez menos en verano. Esa variación térmica te la da el terreno», apuntan desde el estudio de arquitectura Arsitek.
El asunto del autoabastecimiento del agua complica un poco la cosa (y la casa), ya que se depende de la pluviometría del terreno, siempre inestable. Por este motivo se necesitarían unos sistemas de almacenaje para recoger el agua de la lluvia de gran tamaño. Y filtrar esa agua requiere procesos un tanto problemáticos, salvo los de las aguas grises (las que provienen del aseo o de la limpieza), que podrían utilizarse para el riego con un filtrado muy sencillo.
«Hoy en día, el agua es muy barata, y su tratamiento complejo. Para una casa autosuficiente necesitaríamos pequeños embalses o agua de pozo. Pero esta agua necesita ser tratada y legalizada, ya que los pozos han de estar registrados, y no pueden coincidir varios en un radio determinado. Las aguas residuales irían a una fosa séptica donde se produciría un proceso bacteriológico por el que no obtendríamos agua potable, pero sí agua no contaminante que podemos emplear para regadío», expone Altafaj.
«En lo que se refiere al autoabastecimiento alimentario, necesitaríamos contar con un pequeño terreno en el que cultivar algunos alimentos básicos, como patatas, tomates, lechugas… E incluso tener unas cuantas gallinas», apunta Prado. En el norte de Europa, por ejemplo, está muy extendida la práctica del cohousing, que permite tejer redes de apoyo mutuo no solo en huertos comunitarios, crianza de animales o manipulación de residuos, sino para todo tipo de ayuda (vecinos que cuidan de los niños de otros vecinos, vecinos que se encargan de comprar determinados productos, que hacen gestiones de la comunidad, etc.).
La pandemia ha exigido replantear nuestros modos de vida, ha dado el valor exacto a los espacios exteriores y ha evidenciado nuestra absoluta dependencia externa de algunas cuestiones básicas, pero este sistema está empezando a cambiar. «Antes utilizábamos las casas apenas solo para dormir, casi no hacíamos vida en ellas. Llegabas agotado, recargabas un poco las pilas y te ibas a dormir. Con la pandemia hemos sido conscientes de lo mucho que tienen que mejorar nuestras casas. Mucha gente se planteó –y se sigue planteando– irse a vivir al campo, salir de la ciudad y disfrutar de un hogar y un entorno más saludable», revela el estudio de arquitectura Arsitek.
«Es cuestión de pensar las casas antes de construirlas, de analizar su ubicación, su emplazamiento, la vegetación de los alrededores, el potencial de la luz del sol que pueda recibir, si dispone el terreno de pozos subterráneos… todo ello nos ayudará a levantar una casa lo más autoabastecible posible», continúa Prado, recordando que «a la larga, el ahorro será más significativo».
En cuanto al precio, no encontramos un encarecimiento escandaloso: «Hace años sí era mucho más caro construir una casa autosuficiente, como cuando salieron los primeros televisores de plasma, que eran carísimos y hoy en día son asequibles. Lo mismo sucede con las casas autosuficientes, cuyo precio se puede encarecer entre un cinco y un diez por ciento, como mucho, respecto del precio de mercado. Un dato que avala esto es que hay viviendas de protección oficial en el País Vasco que son casas pasivas», apuntala Altafaj.
El gran desafío es llevar ese tipo de viviendas a las ciudades. De momento, pensar en este tipo de casas colonizando las principales urbes es una quimera, sobre todo en España, donde las urbes conforman estructuras muy compactas. Sin embargo, mejorando aislamientos, colocando paneles solares allí donde sea posible, o introduciendo cada vez más espacios verdes, podríamos también mejorar la eficiencia de nuestros hogares. De hecho, según el Ministerio de Transición Ecológica, se necesita una inversión de más de cuarenta mil millones de euros en los próximos diez años para que los edificios urbanos consuman menos energía. La mayoría de ellos tienen más de cuarenta años, por lo que su nivel de eficiencia energética es muy parco y deficitario.
El futuro, que comienza hoy –parafraseando a Machado–, es este tipo de casas. Casas autónomas y soberanas. Incluso, por imperativo legal, ya que el Código Técnico de Edificación, desde 2020, obliga a que las viviendas de nueva construcción tengan consumo nulo. ¿Aún piensas que es imposible vivir en una casa así?