«Debemos elegir entre ser incendio o ser bosque, ser transparencia de manantial o ser la cloaca de una gran ciudad»

27/08/2021

Medio Ambiente Demos Vida

Entrevista de Joaquín Araujo, un naturalista y autor español de numerosos libros.

Joaquín Araujo, uno de los más reconocidos naturalistas del país con 50 años de divulgación ambiental a la espalda, reflexiona sobre la urgencia de salvar la biodiversidad y aprender de la naturaleza para hacer frente a los retos del siglo XXI. Una gran y bella misión que solo podrá lograrse con el compromiso individual de todos.

  • «Tendemos a esperar a que actúe el gobierno, pero la piedra angular de la ética ecológica es que el desarrollo sostenible consiste en no esperar a nadie».
  • «La naturaleza surge de austeridades sucesivas, hace mucha belleza con muy poco; nosotros vamos al revés».
  • «Intentar frenar un consumismo delirante y su consecuente consumo de energía para alimentarlo es inútil sin esfuerzo y sin renuncia».

 

El naturalista Joaquín Araujo (Madrid, 1947) habla de su nombre como si todas las letras que lo componen hubieran sido encontradas en la naturaleza. En esa «fortuna inaudita, la vida entre la vida», como escribe en sus poemas. Son cincuenta años dedicados a la naturaleza, una vida que no es la del ser humano, pero que está íntimamente relacionada con él. «Así son el azar y lo espontáneo. La creatividad de la vida y sus soportes son un regalo que debemos de agradecer», escribe en uno de sus poemas que llenan, infinitos, sus cuadernos. Autor de 87 libros y 2.000 artículos, coautor de otra docena, director de ocho enciclopedias, guionista de 340 documentales. Ese es tan solo el principio de su camino. Nos atiende por teléfono después de volver a su hogar en Navatrasierra, una localidad extremeña que no supera los 100 habitantes, tras un fin de semana plagado de conferencias. Allí le espera su huerta, su campo, su tan ansiada «austeridad». Una defensa de lo que le (nos) ha dado la vida: la naturaleza.


Su trayectoria da vértigo. ¿Cómo se viven 50 años siendo naturalista?


Es una fortuna inaudita. Tuve la suerte de mi parte y, entre las miles de elecciones posibles, yo, sin duda, escogí la mejor. Y de ahí no me bajo. Siempre digo que elegí ser vida entre la vida, procurar que hubiera más vida y no menos, disfrutar del más bello espectáculo del universo, que es la vida de nuestro planeta. Es sumamente bella, fascinante.


Mi entusiasmo me afilió desde jovencísimo a ella, empecé a escribir sobre la naturaleza con 14 años. Soy un predicador permanente: ahora estoy escribiendo los libros 113, 114 y 115. Sigo en la radio, llevo 45 temporadas consecutivas –participa en varios programas de naturaleza emitidos en Radio Nacional de España–. Llevo, de una mano, la cultura rural bien entendida y, de la otra, la defensa de la biodiversidad. Y todavía me subo a los árboles y me paso ocho diarias con una azada en la mano. Así desde 1968.


¿Cómo cree que influye, particularmente, su recorrido por la naturaleza en el entendimiento que la sociedad hace de ella?


Entre los convenientes objetivos de una trayectoria como la mía y lo que he conseguido hay un abismo casi insondable. Esto ya lo han dicho otros pero, cuando das miles de conferencias, es suficientemente satisfactorio pensar que, por cada una de esas prédicas, alguien ha cambiado su forma de vida hacia una más justa con la naturaleza. Son resultados pequeños, pero importantes y necesarios porque, aunque todos nos apuntamos a una causa, nuestra causa más urgente es la de la vida. En este momento de desastre es la que necesita una reacción más urgente: llegan las peores noticias desde la biodiversidad y desde el gran regulador del planeta, el clima, la base de todas las cuestiones.


Reconocer ese poder transformador en uno mismo en nada desmerece que necesitaríamos haber modificado los estilos de vida mucho antes. Pero, igualmente, que no lo hayamos conseguido no quiere decir que no tengamos que seguir con ello.


Precisamente Achim Steiner, administrador del Programa de la ONU para el Desarrollo, no está satisfecho con la situación del mundo. «Si no actuamos ahora, los libros de Historia escribirán sobre nuestro fracaso», dijo en una reciente entrevista publicada en El País. Pero ¿acaso no hemos oído esa frase demasiadas veces? ¿Por qué parece que la humanidad no acaba de asumirlo como merece?

 

Es importante matizar que hemos conseguido que haya un estado de opinión generalizado sobre el bienestar del planeta, y eso no lo habíamos visto antes. Tenemos a empresarios y gobernantes, además de ciudadanos, siendo conscientes de la situación. Nadie puede aducir que no sabe lo que está pasando: no hay un día en el que no se hable de ello. Todo se quiere un poquito más verde, por lo menos. Sin embargo, el ser humano es un esclavo activo de sí mismo y ser responsable, incluso con lo que uno mismo piensa, exige mucho esfuerzo.


Hay una diosa que embelesa a todo el mundo, y es la señora comodidad. Trabajar para que haya más vida, intentar frenar un consumismo delirante y su consecuente consumo de energía para alimentarlo es inútil sin esfuerzo y sin renuncia. Y, además, exige algo que, a pesar de ser una de las mejores aportaciones del pensamiento humano y una de las mejores formas de ser libres, nadie lo quiere: la austeridad. Si nos fijamos, la naturaleza surge de austeridades sucesivas, hace mucha belleza con muy poco. Nosotros vamos al revés, tenemos mucho y sabemos hacer muy pocas cosas bellas porque somos una civilización tremendamente materialista.


Pero hay otro problema: mientras convivimos con la comodidad, esperamos a que se nos aparezca la virgen y nos solucione el problema. Hay una confianza ciega en algo que no existe ni va a existir nunca. Y creer en lo que no existe perjudica mucho a lo que existe.
Además, el futuro no va a las elecciones. Con esto quiero decir que es difícil que las personas voten con miras al futuro del planeta si en el presente tienen más problemas, mucho más cercanos, mucho más personales, como para pensar en las catástrofes ambientales.


¿Cómo podemos abrazar esa austeridad (si es que aún estamos a tiempo)?


Siendo capaces de elegir entre la acumulación y la calidad. Hay que elegir entre ser incendio o ser bosque, ser transparencia de manantial o ser la cloaca de una gran ciudad; hay que elegir entre ser una herida o ser la sangre que emana por esa herida. La humanidad está atrapada por una elección que cree que es suya pero que, en realidad, han asumido. Eso lo empeora todo. Estamos insertos en una deificación de una línea del tiempo absolutamente recta, una idea de progreso que implica regresar a cosas que no nos permiten progresar, a pesar de que se nos venda como una mejora de las condiciones de vida. Lo que pasa es que la austeridad voluntaria es bella y constructiva, pero la austeridad impuesta es todo lo contario. Pero si has decidido por tu grado de conocimiento ser austero, realmente llevas una ventaja.


Puede que sea en nuestra existencia alejada de la austeridad donde encontremos la respuesta a por qué los animales están encogiendo, como demuestra un artículo publicado en la revista ambiental Quercus sobre algunas especies, como los ratones de campo de Doñana, que pesan ahora un tercio menos que hace 40 años; o las salamandras de los montes Apalache, que han mermado un 8% desde 1960.


Esto pone sobre el tapete la extraordinaria capacidad del proceso evolutivo: la vida está aliada a las leyes del cambio para ser capaces de vivir situaciones cambiantes. La evolución no es otra cosa que la adaptación al medio. Lo que más influye a las especies es el clima, así que no hay nada más lógico que el hecho de que los seres vivos vayan tomando respuestas a esas evoluciones.


Lo vimos en el caso de las mariposas negras durante la Revolución Industrial en Inglaterra que, debido a los altos índices de carbón en el aire, tuvieron que adaptarse y cambiar su color a negro para camuflarse en la corteza de los árboles llenos de hollín. El aumento de las temperaturas y la disminución de las lluvias en la actualidad también están provocando que numerosas especies de aves cambien su patrón migratorio, o que estén adelantando su calendario reproductor para acercarse a la primavera todo lo posible. En el caso del tamaño que mencionas, la explicación es que cuanto más pequeño seas, más puedes vivir con menos energía y sobrevivir a la degradación de los ecosistemas.


En tu último libro, Los árboles te enseñarán a ver el bosque, hablas sobre la importancia de la floresta, y de lo vital que nos resulta para sobrevivir. El 80% de la dieta humana está compuesta por plantas pero, ¿entendemos la importancia del bosque?


El árbol es la mejor metáfora de lo civilizatorio. Y cada uno de nosotros necesitamos hacer crecer un árbol de comprensión. Los bosques son completamente decisivos. Sueno exagerado, pero en este momento habría que decretar en todas las constituciones del mundo que «será obligatorio mantener todos y cada uno de los árboles en pie, porque son el mejor punto de apoyo para toda la civilización». Se tiene que entender que el bosque es la mejor de las creaciones de la historia de la vida, porque es la más compleja y a la vez la más generosa. Acoge vida y la sostiene con elementos básicos, fabrica suelos...


Y sostiene a las culturas locales. De hecho, según la ONU, son los pueblos indígenas los que mejor gestionan y protegen los bosques.


Todos sabemos que el 60% de las especies terrestres viven en bosques. Pero lo que nadie, o muy pocos, recuerda, es que es en los bosques del mundo donde hay un mayor número de culturas humanas, una mayor cantidad de lenguas, religiones, estilos de construcción y festejos. El bosque crea diversidad cultural y esto es fundamental porque es un invento de la vida para defenderla a través de múltiples soluciones. Y es una respuesta de supervivencia que se explica con un ejemplo: si tú tienes 10 oficios y llega una crisis económica, tienes más probabilidades de sobrevivir si has diversificado. Pues lo mismo hace la naturaleza. Por eso es tan importante el bosque para mantener las multiplicidades culturales de la especie y nuestra plasticidad como seres vivos.


Si asumiéramos esa realidad de los bosques, ¿estaríamos ahora mismo donde estamos?


Es que nosotros mismos somos una consecuencia del bosque. Y si ponemos el foco en la contaminación, en los elementos que están propiciando la catástrofe climática, el bosque también es el principal antídoto. Hay un gran refrán que dice «si quieres pájaros, planta árboles». En lo que nos concierne, los pájaros son el futuro.


¿Es posible recuperar esa relación con la naturaleza? O hemos llegado tarde.


En general, no. Como he dicho antes, hay una notable tendencia a prestar más atención a la naturaleza. Ahora es un tema casi normal. La salud del medio ambiente es terrorífica, pero hay una ingente cantidad de reacciones. La cosa es si queremos llegar a tiempo o no, porque somos muy procastinadores.


Y nos ha visitado la pandemia. De hecho, en su libro casi lo predijo, porque ya hablaba entonces de la vida reposada en contacto con la naturaleza, de la pausa, de la importancia de cuidar de nuestro consumo y la obligación de frenar nuestro sistema insostenible.


Los ecólogos han demostrado que hay una relación entre la pérdida de la salud y la potenciación de la pandemia. Se podría decir que, porque hemos quitado árboles de en medio, hay virus más libres. Pero, ojo, la pandemia no es solo la covid, también hay otra tremendamente preocupante: la de la desestabilización emocional y psicológica. Y allí hay una relación aún más clara con la naturaleza: la primera cosecha del bosque es la serenidad.


Ahora estamos inmersos en otro debate, en el de la petición del ministro de Consumo, Alberto Garzón, para reducir nuestro consumo de carne. ¿Es una mera responsabilidad del ciudadano?


Garzón tenía muchísima razón. Pasó algo similar con lo del gasoil: Teresa Ribera habló de eliminarlo diez años y todo el odio cayó sobre ella cuando ese gasoil tenía que estar prohibido por cuestión de salubridad pública desde hace, por lo menos, 20 años. Que se mueran millones de personas por contaminación y que la mitad de la humanidad está destinada a alergias por ello es realmente alarmante. En cuanto a la responsabilidad ciudadana, al final, tú tienes posibilidades de contribuir a que haya más o menos vida. Como dije antes, tendemos a esperar a que actúe el gobierno, pero la piedra angular de la ética ecológica es que el desarrollo sostenible consiste en no esperar a nadie.

Mientras tanto, buscamos soluciones al cambio climático, pero nos llevamos por medio la biodiversidad en el intento. ¿Cómo aseguramos nuestro futuro sostenible sin borrar el de cientos de especies?


Que el plan básico para luchar contra la catástrofe climática pueda ser un instrumento de destrucción de biodiversidad es terrible y, curiosamente, es una de las cuestiones más fáciles de arreglar. El mejor parque eólico y el más sensato es el de Gran Canaria, situado en el polígono industrial de Las Palmas de Gran Canaria, porque está construido en una zona que ya había sido afectada antes por el ser humano. Todo es cemento, pero ya estaba
transformado el paisaje de antes. Así podríamos hacerlo en miles de rincones de España para evitar el daño. Nadie está a salvo si la línea del horizonte está ocupada por la fealdad.


Cerremos con una nota positiva. ¿Hay algo que estemos haciendo bien?


Miles de cosas. Somos una extraordinaria minoría. Se han conseguido unos cimientos culturales y hay, por lo menos, 2.000 o 3.000 iniciativas en el país. También es cierto que, a la vez, se queman 300 o 400 millones de árboles, pero hay que actuar como si estuviéramos a tiempo. Seguiremos plantando árboles hasta el último suspiro.


Por Cristina Suárez Vega
 

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