Educar para un mundo que (aún) no existe

20/01/2022

Sociedad y Personas Demos Vida

La transformación digital, el cambio climático y la pandemia moldean para las generaciones jóvenes un nuevo escenario todavía por definir. Pero, ¿estarán los ciudadanos del mañana preparados para las nuevas reglas del mundo? Hablamos con expertos en educación para conocer las claves que deben guiar la enseñanza a fin de que los niños del presente se conviertan en protagonistas del futuro.

 

  • César Buona, primer profesor español finalista en el premio Global Teacher Prize: «No se puede aprender todo en internet; El mundo digital es como un océano, ahí puedes encontrar latas o tesoros».
  • «Si se les dice a los alumnos qué hay que hacer y cómo hacerlo, el pensamiento crítico y la imaginación quedan anulados», asegura José Antonio Fernández Bravo, autor de La sonrisa del conocimiento.
  • Jimena Canales, escritora e historiadora de la ciencia y tecnología, afirma que «mientras ciencias y humanidades no avancen conjuntamente, no abordaremos muchos de los problemas que tiene hoy la ciencia».


Por Esther Peñas


En apenas unos años, según los expertos, los niños utilizarán gafas de realidad virtual para ver lo que estudian; el aprendizaje en remoto irá ganando terreno a las aulas y los cerebros humanos se conectarán a la nube. Por si fuera poco, el uso de imágenes cerebrales permitirá afinar la educación al comprobar qué métodos de enseñanza funcionan mejor con cada alumno; los sistemas de aprendizaje artificiales facilitarán capacidades de comprensión específicas y temporales –por ejemplo hablar con fluidez cualquier idioma– y los empleos se acercarán más al aprendizaje constante que a lo que hoy conocemos como oficios tradicionales.


En otras palabras: el mundo que viene será irreconocible. De hecho, se calcula que para 2030 la mitad de la masa salarial estará compuesta por autónomos y que la formación especializada y la figura del mentor o experto cobrará auge en detrimento de los títulos universitarios. ¿Cómo preparar desde la escuela a quienes el día de mañana se enfrentarán a este mundo que ya se asoma?


La pandemia, además de recordarnos nuestra fragilidad, ha puesto de relieve dos de los grandes retos que habremos de encarar: la digitalización y el cambio climático. La UNESCO es contundente al respecto: «El conocimiento y el aprendizaje son los mayores recursos renovables con los que dispone la humanidad para responder a los desafíos e inventar alternativas».


«Vivimos en un mundo muy cambiante», asegura Roberto Busquiel, profesor experto en aprendizaje cooperativo y miembro fundador del proyecto MIAC, un entorno virtual interactivo dirigido a profesionales del mundo educativo. «El gran objetivo de las escuelas es preparar a nuestros alumnos frente a lo desconocido. Para ello, lo más importante es que tengan un pensamiento crítico, capacidad de trabajar en equipo y creatividad, de manera que estén preparados para resolver, de manera eficaz e imaginativa, problemas que ni siquiera aún sabemos que vamos a tener». Algo similar a lo que asegura José Antonio Fernández Bravo, maestro, investigador educativo y autor de La sonrisa del conocimiento: «Hay que estimular el pensamiento creativo, la cooperación, la generosidad, también la intuición; si se les dice a los alumnos qué hay que hacer y cómo hacerlo, el pensamiento crítico y la imaginación quedan anulados; pero si cuento con el que aprende para que busque respuestas y cree alternativas, la diversidad de pensamiento formará parte de su aprendizaje. Los dos objetivos básicos de la educación en cualquier época, con sus distintos procedimientos, es hacer a los alumnos más inteligentes y mejores personas. Educar no es más que compartir con el otro la busca de un mundo mejor».


Las cualidades del que aprende están definidas: creatividad, pensamiento crítico y cooperación. Para ello contamos con las nuevas tecnologías, que serán imprescindibles en ese (nuevo) mundo aunque, una vez más, la covid-19 nos ha mostrado realidades mudas: muchos hogares carecen de ordenadores personales e incluso de conexión a internet, lo que provocó que muchos alumnos interrumpieran de manera forzosa su formación durante el tiempo que estuvieron confinados. Eso en España, un país avanzado.


Sí, serán (ya lo son en muchos aspectos) indispensables, pero hay que poner un poco de distancia, sobre todo con las redes. «No se puede aprender todo en internet. Es como un océano; ahí puedes encontrar latas o tesoros. Esa es una de las funciones de los maestros, que podemos invitarles a contrastar información, a que vean o a que transformen en conocimiento esa información que está ahí. Y luego, preguntarles qué van a hacer con ese conocimiento. Porque no es solo que aprendas muchas cosas, eres un ser social», explica César Buona, primer profesor español finalista en el premio Global Teacher Prize, conocido como el premio Nobel de los educadores.


Al fin y al cabo, la digitalización es un recurso, no un fin en sí mismo. «El fin es el desarrollo integral de la persona y para ello empleamos instrumentos digitales; pero si consideramos que la digitalización es en sí misma el objetivo obtendremos resultados nefastos, porque la digitalización no es una finalidad en ningún caso, sino siempre un instrumento para mejorar la realidad. Un instrumento, eso sí, del que no se puede prescindir», asegura Fernández Bravo.


El equilibrio entre tecnología y metodologías activas es la clave, según estos educadores, para que los alumnos saquen el mejor partido de sí mismos. La educación nos prepara para la vida y también es parte de la vida. «Trabajamos su pensamiento crítico a través de rutinas y destrezas del pensamiento, nos valemos de organizadores gráficos y otras tecnologías –que empleamos de manera transversal– porque facilitan a nuestros alumnos una mejor organización de su pensamiento. Es fundamental el aprendizaje cooperativo, que les proporciona una mayor interdependencia, más comunicación entre ellos, y mejora sus habilidades sociales», apunta Busquiel. Y añade: «Cada docente ha de estar familiarizado con el amplio abanico de modelos de aprendizaje y metodologías activas, conocer a fondo las herramientas tecnológicas de las que dispone y después aplicar las que mejor convengan al aula, porque todo es bueno, pero no todo vale para todos los alumnos. Por eso, aunque las clases magistrales son importantes, hay que construir espacios en los que podamos escuchar a nuestros alumnos».


Una escucha atenta. «Escuchar a los alumnos, sentir lo que piensan, distinguir los deseos del que enseña de las necesidades del que aprende, para poder ofrecerles lo que necesitan. Si no escuchamos no sabemos qué necesitan y lo que enseñamos no les sirve. Se trata de enseñar a todos, y de que esa enseñanza sea cada vez más personalizada, de llegar especialmente a los que no llegan, no quieren, no pueden… Y para ello hay que escucharlos», apunta Fernández Bravo.


Los problemas del mundo como materia trasversal 


Lengua, matemáticas, biología, filosofía, música, literatura, química, artes plásticas, educación física… todo es importante, pero ¿de qué manera hacer que quien aprende sepa de qué sirve lo enseñado? Se trata de que los estudiantes utilicen su conocimiento para resolver los problemas del mundo y, para ello, han de saber construir vasos comunicantes capaces de relacionar las más diversas disciplinas con los asuntos que nos preocupan a los adultos y de cuya resolución depende el bienestar del planeta, pero también de la humanidad.


«Es vital que los alumnos conozcan, por ejemplo, los objetivos de desarrollo sostenible. Por eso están presentes en las aulas de múltiples maneras ya que trabajamos con proyectos en los que se tiene en cuenta el hambre, la despoblación o el cambio climático. Al alumnado se le hace partícipe de todo ello, porque el día de mañana también será responsabilidad suya. Por ejemplo, con un grupo de alumnos, en colaboración con Cáritas, pasamos unos días en un pueblo para saber cómo es la España vaciada, cómo se vive en esas zonas, y así permitirles que conozcan de primera mano lo que sucede, cuáles son sus problemas y que ellos sientan que pueden ser parte de la solución algún día. Necesitamos alumnos que se impliquen, y eso solo se consigue si sienten que la realidad les interpela», atestigua Busquiel.


Fernández Bravo defiende que «el avance educativo implica resolver problemas que invitan a un mundo mejor, por tanto, nuestros alumnos han de conocer esos problemas –especialmente el cambio climático, que afecta a tantas vertientes (económica, demográfica, política…)– que los hagan suyos, que no los sientan como algo ajeno; se trata de concienciarlos y sensibilizarlos sobre aquellas situaciones de las que depende la calidad de vida de todos».


Hablamos de educar a nuestros jóvenes para el mundo que ya afianzamos pero no podemos olvidarnos en un mundo globalizado, de ese 40% de la población que no tiene acceso a la educación. «Cada vez ha y más conocimiento compartido en congresos internacionales donde los países más avanzados trabajamos con aquellos que todavía no lo son tanto; y están muy atentos a la realidad que tenemos, siguen de cerca los cambios metodológicos que estamos implantando. Esto me lleva a pensar que la brecha educativa no crecerá si seguimos compartiendo conocimientos y herramientas… Al revés, conseguiremos reducirla cada vez más», apunta Busquiel.


Todo ello sin olvidarnos de apostar por la escuela pública, en el decir de Remedios Zafra, titular en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, porque «la educación pública es la que garantiza que las personas, independientemente de dónde vengamos, de cómo nacemos o de cuáles son nuestros contextos, tengamos oportunidades», evitando compartimientos estancos entre ciencias y humanidades. «Mientras ciencias y humanidades no avancen conjuntamente, no abordaremos muchos de los problemas que tiene hoy la ciencia, que se deben abordar de manera humanística», asegura Jimena Canales, experta en mejorar la comprensión de la ciencia y la tecnologı́a en relación con las artes y las humanidades. Lo que implica requerir a los políticos leyes educativas que acompañen y que escuchen a los profesores y a los alumnos. «La educación en España está a la altura en las aulas, pero tenemos que mejorar mucho el sistema educativo».

Continúa en nuestro blog Demos vida a un hábitat mejor

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