Tu cocina, epicentro de la revolución circular

15/09/2022

Sociedad y Personas Demos Vida

La cocina sigue siendo el centro neurálgico del hogar. Introducir cambios en las formas de reciclar, almacenar alimentos o cocinarlos puede ser una poderosa herramienta para impulsar un cambio cultural hacia la circularidad.

  • En un planeta con amplias zonas en que las personas sufren hambre, se desperdician alrededor de 79 millones de toneladas de alimentos por segundo. 

  • Utilizar los restos orgánicos de la cocina para realizar compost ayuda a mantener un hogar armónico y a evitar el desperdicio de alimentos.

  • La reutilización de electrodomésticos de cocina defectuosos o averiados es una herramienta imprescindible para combatir el dramático deterioro medioambiental.

 

Por Pablo Cerezal

A finales del siglo XVIII, el científico francés Antoine Lavoisier estableció el que se considera principio básico de la química: en una reacción química los átomos no desaparecen, sino que se ordenan de un modo distinto. Es decir, que la materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma. A día de hoy, nadie pone en duda dicha máxima.

Más concretamente, las palabras exactas del francés fueron: «Nada se pierde, todo se transforma». Actualmente parecen resonar con el doble de intensidad, ya que la relevancia de este principio se multiplica si tenemos en cuenta todos los esfuerzos que, frente a la crisis ambiental, están poniendo nuestras sociedades para conseguir que nos rijamos por los principios de la economía circular, que aplica un proceso sostenible basado en el análisis del ciclo de vida de los productos que consumimos. Optimizar recursos, reducir el consumo de materias primas y aprovechar los residuos son las acciones básicas de la economía circular, y está demostrado que pueden aplicarse a todos los ámbitos de nuestra vida social y privada.

Esto es una responsabilidad compartida: las empresas y los Estados deben ser partícipes de ello, pero nosotros –y solemos olvidarlo a menudo– tenemos también que cumplir con este compromiso en nuestros hábitos cotidianos, uno más sencillo de lo que podríamos pensar. Y si hay algo común para todos nosotros, eso es el tiempo que pasamos en la cocina, el centro neurálgico del hogar donde se produce una considerable cantidad de ciclos de transformación de materia. Inevitablemente, también es el espacio donde más residuos se generan.

De hecho, un informe de WWF desvela que en nuestro planeta se desperdicia el 40% de todos los alimentos producidos, un porcentaje al alza. Hablamos de 2.500 millones de toneladas de alimentos tiradas a la basura. Una cifra de proporciones dramáticas si tenemos en cuenta las numerosas zonas geográficas de nuestro planeta en que el hambre se ha convertido en un mal endémico. ¿Podemos revertir el problema desde nuestras cocinas? La respuesta podría estar en la gastronomía circular. 

Esta comienza en el supermercado, a la hora de seleccionar los productos que vamos a consumir. Nos hemos acostumbrado a que las grandes superficies pongan a nuestra disposición alimentos que, más de sus propiedades nutritivas, tengan un aspecto estético apetecible por su perfección. De esta manera, se rechazan frutas golpeadas o con mal aspecto pero aptas para el consumo, y se utilizan envases plásticos para decorar un sinfín de alimentos cuyo uso es prácticamente inmediato. Como consumidores, resulta imprescindible no rechazar estos alimentos cuando, independientemente de su aspecto estético, pueden ser consumidos. Así, estaremos evitando el desperdicio y, si consumimos solo productos de origen local, le ahorraremos a la atmósfera toneladas de emisiones.

Pero es en la cocina donde encontramos la gran piedra angular para echar freno al desperdicio de alimentos y la generación de residuos. Son la consecuencia de arraigados comportamientos como la falta de planificación a la hora de preparar los menús, dejarse llevar por apetencias que no entraban, de inicio, en nuestra lista de la compra y arrojar a la basura restos de comida desaprovechados. En este sentido, Helena Calvo, responsable de proyectos de la startup Too Good To Go, que pone en contacto a establecimientos alimentarios a los que sobra comida y a ciudadanos responsables, asegura que España es «el séptimo país de la Unión Europea que más comida despilfarra».

Los datos que aporta a nivel global, son demoledores, ya que se desperdician «79 toneladas de comida al segundo en todo el mundo». Aparte de los millones de personas que pasan hambre y podrían alimentarse con dichas cantidades, el impacto económico y medioambiental es dramático, y a eso debemos de sumarle la excesiva contaminación que provoca este exceso de producción. El desperdicio abunda, sobre todo, en los negocios de hostelería, pero la propia Calvo asegura que «cada vez son más las organizaciones de hostelería, negocios de restauración y profesionales del sector quienes impulsan acciones para reducir las cifras de desperdicio». 

Pero, lamentablemente, la realidad va más allá de este tipo de negocios, ya que el 53% del desperdicio alimentario se produce en los hogares. Lucía J. vive sola y tomó conciencia de la importancia de aplicar la circularidad en su cocina cuando nacieron sus dos hijos, que ahora tienen 3 y 5 años. Quería que el día de mañana pudieran vivir en un mundo más sostenible: «He aprendido a rediseñar los platos que preparo utilizando productos que antes consideraba de puro deshecho, como la piel de calabaza, que después de preparar alguna crema utilizo para freír a modo de chips de aperitivo». De esta manera, proporciona a su familia una alimentación sana y variada sin generar desperdicios innecesarios. 

«También utilizo los restos de pan, fruta y verduras, y los posos del café y las cáscaras de huevo para hacer compost para las plantas de la terraza, y con el aceite preparo jabones naturales», añade. Justamente el aceite, junto a otras grasas alimentarias, libera vapores nocivos e interfiere en el correcto funcionamiento de las tuberías de nuestras viviendas, provocando verdaderos problemas de salud pública.

Es cuestión de hábito el utilizar los productos alimenticios de una manera más coherente y sostenible. También el realizar un correcto reciclaje de todo aquel producto orgánico que no encuentre otro camino que la basura y, por supuesto, seguir estrictamente la gestión de productos inorgánicos: es imprescindible realizar una correcta separación para su posterior reciclaje. Y es que todas las cocinas, por pequeñas que sean, pueden adaptarse. Lucía insiste en ello: «En mi cocina apenas entro yo, pero como en cualquier otra estancia de la casa, todo es cuestión de organización, y utilizo cubos más pequeños, aunque eso suponga tener que bajar a tirar la basura más veces a lo largo de la semana».

La tecnología, además, ha avanzado en los últimos años facilitándonos el uso de electrodomésticos que no solo nos hacen la vida más cómoda sino que también ayudan cada vez más a cocinar de manera sostenible. Aunque todavía muchos de estos electrodomésticos tienen un período de vida útil que podríamos considerar corto, esto podría ayudar a impulsar la gestión de residuos si la industria lograra una mayor eficiencia en los electrodomésticos. Los datos evidencian por sí mismos esta necesidad: mientras que hace apenas dos décadas una nevera mantenía su funcionamiento durante al menos 20 años, a día de hoy comienza a dar problemas en un período de entre 3 y 5 años.

Así, entidades como la Asociación Española de Recuperadores de Economía Social y Solidaria (AERESS), una asociación sin ánimo de lucro que representa a 42 entidades que trabajan en la gestión de residuos y la inserción laboral a través de ella, realizan la puesta a punto para la reutilización de todo tipo de residuos, incluidos electrodomésticos, sensibilizando a la ciudadanía de la importancia de dicha reutilización. La directora, Laura Rubio, recuerda que «la normativa de residuos de la Unión Europea marca una jerarquía: en primer lugar está la prevención de residuos y en segundo la preparación de estos para su reutilización».

Pero la concienciación ciudadana es imprescindible. Antes de tirar al contenedor un electrodoméstico que ha fallado y sustituirlo por uno nuevo, puede entregarse a entidades que trabajan para ponerlos de nuevo en funcionamiento. Por supuesto, «es importante que el diseño de los electrodomésticos esté contemplado para que puedan ser reparados, ya que en muchos casos hay electrodomésticos que, en lugar de piezas fácilmente desmontables e intercambiables ajustadas con tornillos, tienen pegamentos que hacen muy complicado o imposible el desmontaje y ensamblaje», afirma Rubio.

Evidentemente, los ciudadanos tenemos la responsabilidad de conocer los electrodomésticos que adquirimos y de evitar sustituirlos, al menos sin darles la opción de una segunda vida en cuanto revelan el primer fallo.

Tres siglos después de que Antoine Lavoisier desvelase que nada se pierde y todo se transforma, deberíamos ser capaces de aplicar esta máxima a todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. La cocina es uno de los principales, y deberíamos utilizarla más y mejor como el espacio imprescindible no solo para nuestra alimentación, sino también para el cuidado del planeta y de nosotros mismos.

Continúa en nuestro blog Demos vida a un hábitat mejor

 

 

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