A veces parece que la sociedad este obsesionada con la independencia de los más pequeños, pero curiosamente se permite la dependencia de hijos más mayores. Parece el mundo al revés. Parece que los niños tienen que abandonar cuanto antes la teta, el chupete, los brazos, la cama de los padres, el pañal, aprender a distraerse y jugar solos, no reclamar a los padres (especialmente por la noche), etc.
Sin embargo, no es raro encontrarse con padres que han sido implacables con este tipo de situaciones más relacionadas con las necesidades básicas de los bebés y niños muy pequeños, pero después van detrás de sus hijos más mayores haciéndoles el avioncito con la comida, recogiéndoles sus juguetes, poniéndoles y quitándoles la ropa cuando éstos ya son capaces de hacerlo por ellos mismos, resolviéndoles las tareas y/o conflictos del colegio mediante los famosos grupos de WhatsApp de padres, etc. O incluso cuando estos niños se convierten en adultos, en ocasiones, podemos ver situaciones en las que ante la más mínima dificultad acuden corriendo a consultar a casa de papá y mamá, si es que han conseguido salir de allí en algún momento.
La sobreprotección puede llevar a la falta de autonomía
Este tipo de actitudes más o menos sobreprotectoras se pueden ver en personas que han llevado a cabo diferentes tipos de crianza y no tienen nada que ver con el apego, las necesidades de los bebés o el respeto a los niños.
Como decía, a veces se habla de sobreproteger haciendo referencia a conductas como la lactancia materna por encima de determinados meses, el dormir con los padres o necesitar ayuda para dormir, pedir brazos o incluso de dejar el pañal. Pero no parece que estos aspectos estén tan relacionados con la sobreprotección; de hecho, se da la paradoja de que a veces, a un niño al que se le obliga a dormir solo o se le desteta a edades tempranas “porque ya es mayor”, no se le deja subir dos escalones en el parque, que se tire del tobogán él solito, que se baje del carro para ir andando o que se manche jugando. O quizá no se les deja pasar tiempo con los abuelos u otros familiares si no es bajo la estricta supervisión de los padres, quedarse a dormir con ellos, bajar a hacer un recado cuando son algo más mayores o hacer el camino al cole andando.
Este tipo de conductas, que no se suelen relacionar tanto con la sobreprotección, son las que resultan más importantes y denotan cierto miedo por parte de los padres que les impide dotar de autonomía a sus hijos.
Necesidades versus sobreprotección
Se habla demasiado de sobreproteger o malcriar a los bebés y niños pequeños, pero en realidad de lo que estaríamos hablando es de cubrir sus necesidades, y luego cuando son algo mayores, parece que este problema “desaparece” cuando en realidad es cuando más necesitan que les dejemos más margen y muchas veces no lo hacemos.
Tenemos que entender que el afecto y el cariño ni sobreprotegen ni malcrían, pero además los niños necesitan que les vayamos dejando hacer en función de sus capacidades, aunque se manchen la ropa, aunque manchen la casa, aunque tardemos más tiempo, aunque nos de miedo que se caigan… y eso no tiene nada que ver con cogerles en brazos, dormir con ellos o darles teta. Se les puede dar teta, brazos y dormir con ellos, pero a la vez ofrecerles autonomía y libertad, dejándoles explorar, descubrir, moverse, investigar por su cuenta… y por el contrario, se les puede llevar “más rectos que un palo”, dejándoles llorar “para que aprendan a dormir solos”, por supuesto destetando tempranamente y nada de cogerle en brazos “que se acostumbra” pero luego hacerle el avioncito para que coma, continuar con triturados hasta bien mayor por miedo al atragantamiento, sin despegarnos de ellos en el parque o prohibiéndoles ha-cer casi de todo para que no se hagan daño.
La sobreprotección es un reflejo o una consecuencia de nuestros miedos como pa-dres, que no nos dejan “ir soltando” conforme el niño lo va necesitándolo, no con-secuencia de lo afectuosos que nos mostremos con nuestros hijos.
Tenemos que asumir como padres que conforme el niño va creciendo tenemos que “soltar cuerda”, sobre todo porque el pequeño nos lo va a pedir, y tenemos que permitirle explorar, alejarse de nosotros, superar sus propios límites… no tanto forzarles nosotros a dar pasos para los que no están aún preparados. Y es que a veces no nos aclaramos; forzamos los “avances” que consideramos necesarios, pero a la vez no dejamos de frenarles cuando ellos nos piden hacer cosas por ellos mismos.
No apagar el impulso a la autonomía
No está de más recordar que un bebé prácticamente solo tiene necesidades: brazos, sueño, estar limpio, alimentado, reconfortado, etc. Son necesidades muy básicas, muy biológicas, que no requieren mayor cuestionamiento por nuestra parte: hay que satisfacerlas siempre, y cuanto antes mejor.
Ahí no hay lugar a la sobreprotección, quizá a la desatención. Pero ese niño va creciendo, y poco a poco (más claramente alrededor de los dos años, pero de manera continua y progresiva) comienza a mostrar un impulso a la autonomía, cada vez se muestra más explorador. Y ahí debemos estar atentos para no apagar ese impulso y permitirles crecer y ser autónomos. Muchas veces más que empujar o forzar a los niños a hacer cosas que no quieren hacer, lo que deberíamos hacer los padres es frenarnos a nosotros mismos en nuestro impulso de controlarles o frenarles a ellos cuando quieren hacer cosas por sí mismos