Permacultura o cómo (con)vivir en armonía con la naturaleza

13/05/2022

Sociedad y Personas Hogar Demos Vida

La degradación medioambiental evidencia hasta qué punto las sociedades modernas han dado la espalda a la naturaleza. La permacultura, una forma de entender los espacios, la agricultura y la vida social, puede revertir este proceso.

 

  • En 1978, un biólogo y un ingeniero definieron la permacultura como un método para afrontar de manera positiva la crisis ambiental y social.
  • M.J.: «No solo aprendemos el adecuado diseño que nos regala la permacultura, a nivel agrícola, sino que fortalecemos el tejido social y asimilamos que para avanzar necesitamos compartir».
  • Detroit (EEUU) es el ejemplo más claro de cómo aplicando la permacultura en entornos urbanos se puede reactivar la economía y el tejido social.


Por Pablo Cerezal


«Fui a los bosques porque quería vivir solo, deliberadamente, para afrontar los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que tenía que enseñar y no descubrir, a la hora de la muerte, que no había vivido». Este párrafo de Walden es posiblemente uno de los más reproducidos de este libro, escrito por Henry David Thoreau y a través del que relata su experiencia de dos años en un recóndito bosque y sin compañía alguna. En 1845, el escritor y filósofo estadounidense construye con sus propias manos una cabaña en un bosque cercano al lago Walden. Su experiencia de contacto absoluto con la naturaleza la narraría después en una obra que, desde entonces, no ha hecho más que sumar entusiastas lectores.


Sin embargo, a pesar de que cada año se publican nuevas reediciones y de que sus lectores crecen sin descanso, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que pocos de ellos deciden llevar a la práctica las enseñanzas que Thoreau difunde en su obra. La sensación de que el ser humano se aleja cada día más del entorno natural es inevitable ante la dramática serie de sucesos que dicho alejamiento está provocando. Degradación medioambiental, aumento de los residuos, déficit de recursos naturales, estrés hídrico, cambio climático, proliferación de pandemias… Sí, nos enfrentamos a numerosos eventos que ponen en riesgo nuestra continuidad en el planeta, y todos ellos están íntimamente relacionados con la poca atención que hemos prestado a nuestros ecosistemas en las últimas décadas.


Ignoramos si los australianos Bill Mollison (biólogo) y David Holmgren (ingeniero) tenían en mente la obra de Thoreau cuando, en 1978, acuñaron el término permacultura. La traducción de esta palabra a un lenguaje menos técnico sería algo así como «agricultura permanente» y, a través de este término, Mollison y Holmgren, denominaron un método sistemático para afrontar de manera positiva la crisis ambiental y social. Diez años después, el propio Mollison publicó lo que sería el primer ‘Manual de Permacultura’, definiendo esta como «el diseño consciente y mantenimiento de ecosistemas agrícolas productivos con la misma diversidad, estabilidad y resistencia de los ecosistemas naturales». Para llegar a un formato ideal que permita la armonía entre la vivienda, la producción de alimentos, la economía y los recursos naturales, Mollison se basó en la experiencia de las comunidades aborígenes australianas.


El concepto de agricultura permanente puede sugerir que se trata de un sistema rígido, invariable. Nada más lejos de la realidad. Lo que busca la permacultura es la creación de sistemas de cultivo autosuficientes, ecológicamente sostenibles y económicamente viables. Todo esto, por supuesto, por medio de una actividad progresiva, no estanca.


Desde 1978, la permacultura ha ido evolucionando y, a día de hoy, el término refiere más a «cultura permanente» que únicamente a «agricultura permanente». En la actualidad, la permacultura se ha extendido a campos diversos como el diseño ecológico, el medioambiental, la ingeniería ecológica, el desarrollo comunitario, la bioconstrucción o la gestión integrada de recursos hídricos. En todos ellos, siempre han de darse tres principios básicos: el cuidado de la tierra, el cuidado de las personas y la repartición justa. Unos principios éticos que han de funcionar de manera transversal.


Como afirma la bióloga y permacultora Zoe Costa, dedicada a la enseñanza de educación ambiental, «la permacultura es el conjunto de conocimientos, filosofías y técnicas conocidas (milenarias y modernas) que se utilizan para construir una cultura permanente». Este concepto de cultura va más allá del ámbito agrícola en que nace la permacultura. «No existen recetas estándar para practicar la permacultura, pero sí unos principios éticos básicos en que se asienta: cuidar la tierra, cuidar a la gente y compartir los recursos», explica la científica.


El cuidado de la tierra refiere no solamente a los seres vivos que la habitan, sino también a los inertes. Por este motivo, cualquier acción de la permacultura debe garantizar que los ecosistemas permanezcan intactos.


Por otro lado, el cuidado de las personas atañe a las comunidades. La permacultura no es individualista sino comunitaria, por lo que persigue que todas las personas que forman la comunidad tengan cubiertas sus necesidades básicas. En este sentido, en lo referente a la repartición justa de recursos, este movimiento ha de asegurar que dichos recursos, tanto naturales como personales, no sean desperdiciados ni causen ningún daño al ecosistema o a otras personas.


Como es evidente, cumplir estos principios éticos implica ser estrictos y hábiles en el diseño de los sistemas de permacultura. Pero además, también exige una serie de actitudes básicas, entre las que Costa destaca «trabajar con la naturaleza, buscar el máximo efecto con el mínimo cambio y pensar siempre que el problema es la solución».


Sería fácil pensar que el diseño y actitudes que exige la permacultura queda reducido a pequeños terrenos y comunidades y que sus conceptos son difícilmente extrapolables a los pueblos y urbes de la actualidad. Al contrario. Un ejemplo evidente del efecto que puede tener la permacultura en las grandes ciudades es el de Detroit (EEUU), ciudad que en 2013 sufrió un severo colapso socioeconómico y urbanístico, tras décadas de abanderar el llamado «sueño americano». Pese a haber sido la cuna de la industria automovilística, la crisis del sector y la progresiva deslocalización laboral provocaron la huida en masa de su población, quedando allí únicamente aquellos cuya economía no les permitía el más mínimo movimiento. Edificios abandonados, reducción drástica de servicios públicos esenciales, brutal incremento de la violencia urbana, falta de suministros, demoliciones de edificios, amplias zonas de la ciudad sin acceso a servicios alimentarios… Un verdadero clima apocalíptico sin visos de mejoría. Fue precisamente esta la falta de alimento lo que animó a los ciudadanos que se habían quedado en Detroit a convertir los bloques demolidos del edificio en granjas urbanas. Así pues, en la actualidad, la urbe tiene más de 1.500 huertos comunitarios y granjas urbanas. La permacultura ha tenido una gran importancia en el desarrollo de estas iniciativas ciudadanas y a día de hoy se producen en la ciudad cientos de toneladas de alimentos ecológicos y una nueva economía local, más sostenible que la de la industria automovilística, ha logrado reactivar el tejido social.


En nuestro país, el número de huertos urbanos supera actualmente los 20.000, ocupando una extensión de más de dos millones de metros cuadrados. En la gran mayoría de los mismos se aplican los diseños propios de la permacultura garantizando la seguridad alimentaria, mejorando el reciclaje de residuos urbanos, estrechando las relaciones comunitarias y creando zonas verdes en pleno entramado urbanístico que contribuyen a la lucha contra el cambio climático.


En muchos de estos huertos urbanos, la permacultura es la guía básica de funcionamiento para cada una de las iniciativas que desarrollan. No sólo aplican sus principios en el diseño de los huertos, sino que se preocupan por transmitir sus efectos positivos sobre la sociedad al mayor número posible de ciudadanos. Es el caso de Permacultura Penyaflor, ubicado en las cercanías del Parque Natural de Los Puertos (Tarragona). En una finca con 7 hectáreas de olivos, algarrobos y almendros, se desarrollan muy diversos talleres de experimentación y capacitación en permacultura. Una forma de compartir y difundir métodos que favorezcan la resiliencia no solo alimentaria y medioambiental, sino también económica y social.


M.J., una joven vecina de Aldover, la población más cercana a este centro, ha realizado varios de los talleres que allí imparten. «Comencé realizando jornadas de voluntariado, para conocer bien el proyecto y ver lo que podía aportarme, y al poco comprendí que la permacultura es un camino a seguir para tener una vida más sencilla, pero también más rica». Para ella, el aspecto social del proyecto es imprescindible: «Si solo atendemos a lo que nos transmiten los medios de comunicación nos quedamos en lo catastrófico y pensamos que el ser humano es egoísta por naturaleza y está abocado a su propia destrucción. Pero aquí he descubierto que somos muchos los que entendemos la vida de otra manera y nos sentimos capaces de hacerla más respetuosa para el medio ambiente que nos rodea. No solo aprendemos el adecuado diseño que nos regala la permacultura, a nivel agrícola, sino que fortalecemos el tejido social y asimilamos que, para avanzar, necesitamos compartir».


Desde Permacultura Penyaflor también trabajan en la construcción de alojamientos ecológicos. Algo que conoce bien Olivier Tassin, de origen belga pero que desde hace casi dos décadas vive en la isla de La Palma. Allí transmite, a través de diversos talleres, sus conocimientos en bioconstrucción, una de las principales aplicaciones de la permacultura actual. Tassin ha construido casas y cocinas utilizando como materia prima el barro. «El barro no necesita ninguna transformación industrial que conlleve un alto coste energético, es material local, muy económico y muy fiable como barrera térmica y acústica», asegura. Para Olivier, el uso de este material «puede convertirse en una alternativa real a la actual arquitectura, costosa en energías no renovables y de alta impacto ambiental». La bioconstrucción respeta los principios de la permacultura al permitir un nuevo tipo de habitabilidad basado en el trabajo comunitario y hacerlo con materiales que tienen un ciclo de vida sostenible. Además, es energéticamente eficiente y logra una óptima gestión de los residuos.


Vivimos tiempos de crisis medioambiental y social, pero también de transición. Por eso, quienes practican la permacultura, la defienden como una oportunidad de que este proceso de transición logre el equilibrio entre las personas y su entorno natural. Ellas nos enseñan que no es preciso irse a vivir a un bosque en soledad, como hiciera Thoreau, pero sí prestar la misma atención que él al funcionamiento de nuestros ecosistemas para lograr una vida más plena y respetuosa

Continúa en nuestro blog Demos vida a un hábitat mejor

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