«Es importante poner en valor el esfuerzo para que el agua llegue pura y transparente a nuestro vaso»

25/05/2022

Sociedad y Personas Demos Vida

Alberto Fernández, técnico del programa de agua en WWF, analiza cómo podemos hacer frente al problema de escasez de agua desde el impulso a la eficiencia y la voluntad política y ciudadana.

  • «En las cuencas mediterráneas experimentaremos reducciones de agua de hasta el 25% durante los próximos años».

  • «No podemos sacar agua de donde queramos cuando queramos, tampoco dejar un embalse absolutamente seco».

  • «La agricultura es el sector que más consume, y también el que más oportunidad tiene para reducir su demanda».

 

Por Cristina Suárez

La escasez del agua será el próximo gran problema de nuestro planeta: según las Naciones Unidas, un 35% de la superficie de la Unión Europea estará sometida a un elevado estrés hídrico a partir de 2070. Y, a cada grado que el termómetro de la Tierra sume de media a causa del calentamiento global, veremos una reducción del 20% de nuestros recursos hídricos renovables. Desde una demanda de agua por encima de nuestras posibilidades que lleva a los ríos a secarse hasta la contaminación, pasando incluso por los conocidos robos de agua en humedales como Doñana o las Tablas de Daimiel, Alberto Fernández, técnico del programa de agua en WWF, analiza los numerosos obstáculos que debe superar nuestro país para garantizar un buen estado de salud de las masas de agua en las próximas décadas. 

España ya es uno de los países más secos de Europa y el estrés hídrico aumenta conforme lo hace el cambio climático. En estos momentos, ¿cuál es la realidad del estado del agua en nuestro país?

Debemos partir de la base de que el estado del agua se mide a través de lo que llamamos «masas de agua», que son los ríos, los humedales, los lagos y los embalses (actualmente, contamos con 1.230 grandes embalses). Estas masas de agua las han identificado, una por una, las confederaciones hidrográficas a lo largo y ancho de la Península y las islas, y han evaluado su calidad según lo marca la Unión Europea. Si partimos de esto, la situación es muy complicada ahora mismo en España: aproximadamente seis de cada diez masas de agua están en mal estado. Las aguas subterráneas también sufren de sobreexplotación, aunque el problema está especialmente en las aguas superficiales. 

En Europa, el principal problema es la calidad del agua. Pero nosotros, en España, sufrimos de esa baja calidad y, además, tenemos también problemas con la cantidad, especialmente en el tercio Sur. Hay una gran escasez de agua: gastamos más de la que puede circular por los ríos. 

¿Qué factores –políticos, humanos, etc– han contribuido a este estado del agua? Más allá de los fenómenos meteorológicos como la sequía.

Aquí entra en juego la escasez: cuando la cantidad de agua es menor que la que se demanda. Esto es completamente distinto a la sequía, porque surge cuando el uso de agua para actividades económicas requiere más cantidad que toda la que llueve. Esto lo vemos, especialmente, en el sudeste español –en el Guadiana, el Ebro y el Guadalquivir–: en cuanto surge el mínimo problema, se genera escasez. Actualmente, de hecho, el Guadiana y el Guadalquivir están sufriendo especialmente porque no se hace el uso que se espera de ellos.

¿Qué usos se hacen?

En España, los usos del agua son para el consumo, la agricultura, la industria y la obtención de energía eléctrica. En proporción, la mayor parte de la extracción del agua va destinada a la agricultura (un 80%), por lo que prácticamente la totalidad del consumo del agua en las cuencas mencionadas anteriormente llega de este sector. Además, en estas zonas se ha hecho una enorme apuesta por el regadío aprovechando la presencia de los embalses, pero se enfrentan a procesos recurrentes de, por un lado, sequía hidrológica (cuando hay más demanda de lo que pueden aportar las reservas) y, por otro, esa sequía meteorológica auspiciada por el cambio climático. Ahí surge la crisis.

¿Se puede transformar el uso que la agricultura hace del agua en nuestro país?

La agricultura es la que más consume, y también la que más oportunidad tiene para reducir su demanda. Es aquí donde vemos el gran conflicto, porque hay muchas formas de reducir esa extracción, pero se necesita voluntad. Por ejemplo, es importante evitar las fugas de agua en los sistemas de regadío, que despilfarra litros y litros; pero esas pérdidas deben rescatarse y llevarse a la cuenca para aumentar el ahorro de los embalses y ríos. Pero la clave está en la eficiencia: se ha trabajado mucho por mejorar el sistema de regadío desde la eficiencia, pero ha sido una eficiencia mal enfocada. Me explico mejor: nos hemos centrado en aumentar la eficiencia con la que se extrae agua para obtener una producción, pero ese aumento de eficiencia solo animará a producir más y, por tanto, a consumir más agua y seguir reduciendo las reservas. Es la llamada paradoja de Jevons: aumentar la eficiencia disminuye el consumo instantáneo, pero incrementa el uso del modelo, lo que provoca un incremento del uso global.

Lo vemos muy claro si tomamos como ejemplo los motores diésel, que han mejorado muchísimo su eficiencia para consumir menos. Pero ¿qué ha pasado? En vez de centrarnos en utilizar esa eficiencia para fabricar coches más pequeños que no consuman casi nada, hemos optado por fabricar coches muy grandes, con grandes prestaciones, pero que consumen mucho más. Debería ser al revés: aprovechar la eficiencia para que, con un uso menor de recursos, se obtenga el mismo provecho. 

Pasa igual con el agua. Y podríamos cambiar el enfoque de esta eficiencia, pero la realidad es otra: desde 2008, el regadío ha aumentado en un 11% su superficie y se han duplicado las cosechas.

¿Hay soluciones? Sí. Podemos conocer a fondo el cultivo y aplicar agua solo en los momentos que la planta lo necesite para producir el fruto o permitir un crecimiento equilibrado de ramas y hojas. También conocer las necesidades de los cultivos, y en eso los satélites pueden ser grandes aliados. Hay muchas vías de innovación ahora mismo en este sentido. 

Hay algo aún más importante: racionalizar la producción. Ahora mismo vivimos de excedentes de comida bastante grandes, especialmente de las frutas de hueso, que consumen una enorme cantidad de agua. Desde 2014, el exceso de produccción de fruta de hueso ha supuesto el uso de 800 hectómetros cúbicos de agua. Para que nos hagamos una idea, un solo hectómetro es todo el estadio del Santiago Bernabeu. Todo ese agua deja de formar parte del ciclo natural. 

La comida desechada es agua despilfarrada, de eso no cabe duda. Pero ¿contribuiría a este cambio una transformación de la dieta?

Sí, pero es muy complicado. El sistema económico de momento no va a aceptar eso porque no hay ningún factor que esté animando a consumir productos de baja huella hídrica, aunque lo digan instituciones del nivel de las Naciones Unidas.

Lo que juega aquí un papel fundamental, como he mencionado antes, es el desperdicio alimentario. Sobran millones y millones de toneladas de frutas y verduras cada año. 

Ahora, el Ministerio de Agricultura ha presentado un proyecto de ley para la reducción de desechos producidos desde que se cosecha un producto hasta que llega al consumidor, y eso es importante. Como dato: solo los consumidores tiramos un 30% de lo que compramos, y un porcentaje similar se queda sin recoger en los campos de cultivo. 

Otro de los temas candentes es el conocido robo de agua a través de pozos ilegales en áreas como Doñana, las Tablas de Daimiel y el Mar Menor. Según WWF, en cuatro décadas han desaparecido en España el 60% de los humedales y lagos naturales. ¿Qué es lo que está ocurriendo exactamente con este fenómeno y por qué sitúa a nuestros ecosistemas (y a nosotros mismos) en un punto crítico?

Nuestros humedales se alimentan fundamentalmente de aguas subterráneas. Y la agricultura las extrae, en numerosas ocasiones en cantidades ilegales. ¿Por qué las aguas subterráneas? Porque están dispersas por el territorio, lo que hace que controlar sus posiciones sea más complicado que con los embalses o los ríos. De hecho, aunque pongas contadores en algunas zonas, está demostrado que muchos se vandalizan para alterar las medidas. Por lo tanto, una persona lo tiene fácil para hacer un pozo y sacar directamente agua gratis. Más allá de que esto implica una competencia desleal con los agricultores que actúan legalmente, estas extracciones repercuten directamente en los humedales, y por supuesto, en sus ecosistemas. 

¿Es un problema endémico de España?

No. También pasa en otros países, fundamentalmente los de la zona mediterránea. 

El Mar Menor suele protagonizar todos los veranos la misma escena: su biodiversidad completamente muerta. Influye la agricultura, por supuesto, pero ¿qué papel juegan aquí la masificación turística y urbanística? 

En España el calor y el turismo son fundamentales para nuestro sistema económico. Pero el calor siempre se ha asociado al agua, por lo que cada vez hay una mayor demanda de turismo de agua. Lo vemos claro cuando visitamos los parques acuáticos repartidos por todo el territorio, o también con el proyecto del Corredor de Henares, donde se pretende construir una playa artificial que va a necesitar al menos 500.000 metros cúbicos de agua y alrededor de la cual se van a construir complejos de ocio y campos de golf. Creo que eso es algo que debe regularse, porque por encima de ese ocio de agua está (o debería estar) el abastecimiento humano de agua, un derecho básico. 

¿La solución pasaría quizá por repensar el sistema económico?

Es complicado, porque para eso hay que cambiar la ley de agua, y ya depende de la gobernanza nacional. Parece casi imposible porque el turismo depende de ella, como he dicho, y en España se considera un tabú esa limitación. Sin embargo, se podrían aportar soluciones si fuésemos cuenca por cuenca analizando dónde el agua está limitada y buscando soluciones para blindarla. 

Luego, a título individual, también se pueden hacer pequeños cambios. La mayor parte de los hoteles te avisan de que lavar las toallas todos los días gasta litros de agua, y eso es una pequeña medida de concienciación. Otras acciones importantes pasan por utilizar platos de ducha en vez de bañeras, instalar dispositivos ahorradores en los grifos e inodoros, etcétera. 

Y hay otro tema aquí: convendría replantear cómo estamos pintando de verde nuestros núcleos turísticos. Es necesario, pero habría que utilizar una vegetación más mediterránea, más capaz de resistir a la sequía haciendo un uso más eficiente del agua. 

Pero la instalación de zonas verdes, especialmente en las ciudades, es una medida muy importante para frenar el aumento de las temperaturas y hacer núcleos urbanos más habitables. Por otro lado, has mencionado que gran parte del agua se utiliza también para producir energía renovable. ¿No entra el ahorro del agua en conflicto con la Transición Verde?

Claro. Hacer crecer las zonas verdes, los arbolados, etc, consume agua. Pero tenemos muchos jardines históricos que necesitan ese riego, utilizan agua saneada, pero hay que ir a un modelo de piscinas comunitarias en lugar de particulares y reducción de césped. Esto requiere un cambio cultural, porque la gente demanda eso, porque se ve como un símbolo de estatus, pero estamos copiando un modelo anglosajón que recurre al agua porque allí llueve mucho. Sin embargo, la cultura árabe nos ha enseñado a tener huertos con una mínima cantidad de agua.

En este sentido, nos encontramos con el problema de los embalses, entornos propicios para las especies y también recurso económico para la dinamización de la España rural que experimentan tanto la falta de lluvias como su vaciado. ¿Una transición energética verde puede contribuir a garantizar cierta seguridad hídrica en estos entornos?

Lo de los embalses habla del poder que tienen las empresas eléctricas, que solamente salta a la luz con escándalos como los vaciados de hace unos meses. Pero, en realidad, esto lleva pasando toda la vida: siempre se ha promovido la construcción de embalses para la obtención de energía en un país donde el agua escasea. Y, cuando el precio del agua es bajo, abrir las presas y producir energía hidroeléctrica para venderla es muy tentador.

Esto se tiene que hacer de una manera racional. Hay que poner un límite y respetar los caudales hidrológicos: no podemos obtener agua de donde queramos, tampoco dejar un embalse absolutamente seco o soltar todo el agua de repente, inundando los alrededores y dañando gran parte de la biodiversidad. Pero hace falta muchísima voluntad que todavía no está aplicándose. Lo demuestra el hecho de que la propia Ley del Cambio Climático exija una estrategia para la transición hidrológica y, aún a día de hoy, todavía no se haya empezado a mover. 

¿Somos conscientes del daño que provocamos o tenemos un completo desconocimiento ciudadano con respecto al agua y su cuidado?

No somos conscientes porque el agua sale sin problemas de nuestros grifos. Abrimos un grifo y nos despreocupamos. No nos planteamos si estamos gastando agua o no, pero cada vez que abrimos la ducha desperdiciamos hasta 12 litros y aumentamos la presión hídrica, cuando ese agua podemos recogerla y utilizarla para otras cosas: limpiar el suelo, regar las plantas… 

¿Existen diferencias entre la gestión del agua en los entornos urbanos y en los rurales?
 

Un detalle destacable es que los pueblos, que han sufrido históricamente mucha sequía, tienen sus costumbres y con mucho sacrificio recogen agua, pero parece que llega un punto en el que se nos olvida todo. Hay que establecer prioridades. En El Guadiana, por ejemplo, este año no ha podido plantarse arroz debido a su alto consumo de agua, que lo hace insostenible para la zona. 

Luego, en términos de uso de agua doméstica, las ciudades y los pueblos son bastante parecidos en cuanto a desperdicio. Es muy importante poner en valor el coste del agua, el esfuerzo que requiere que llegue pura, transparente y en condiciones sanitarias correctas a nuestro vaso. Eso cuesta muchísimo dinero y recursos. 

¿Cómo será el panorama climático de España en los próximos 50 años?

En cuanto a agua, recientemente el Centro de Estudios Hidrográficos hizo una investigación con varios posibles escenarios climáticos que podrían darse en nuestro país en los próximos años y concluyó que, por ejemplo, la cuenca del Guadalquivir estaría en el escenario cero del cambio climático; es decir, seriamente afectado. Y también, en general, habrá reducciones del 10% al 25% en numerosas cuencas mediterráneas. 

Sin embargo, los planes hidrológicos que se aprobarán este otoño todavía no plantean medidas para contrarrestar el problema o reducir la demanda de agua que he mencionado anteriormente. Eso es muy grave.

 

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